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El Telégrafo

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Gustavo Pérez Ramírez

Expresar la concreción del Evangelio

25 de octubre de 2015

Es altamente significativo que el primer viaje del papa Francisco haya sido a Lampedusa, isla italiana atiborrada de inmigrantes de África, Medio Oriente y Asia, desesperados por llegar a Europa, sobrevivientes de indecibles peligros. Por entonces, había  ocurrido el dramático naufragio de una embarcación con 500 inmigrantes en el que murieron 93 personas y más de 250 quedaron desaparecidas.

El Papa no ha cesado de impulsar una unión de esfuerzos para que no se repitan tragedias similares, y que, con la decidida colaboración de todos, se pueda ayudar a prevenirlas.

Asegura que ha quedado “como con una espina en el corazón que causa dolor” y se ha propuesto despertar conciencias dormidas en medio de un mundo que ha globalizado la indiferencia. Se queja de que nos hayamos “acostumbrado al sufrimiento del otro; no tiene que ver con nosotros, no nos importa, no nos concierne”.

De ahí su llamamiento, que respalda con su ejemplo, “a las parroquias, las comunidades religiosas, los monasterios y los santuarios de toda Europa, para expresar la concreción del Evangelio y acoger a una familia de refugiados”, añadiendo, “las primeras en hacerlo serán las dos existentes en el Vaticano y en mi diócesis de Roma”.  

Se calculan en 27.000 las parroquias romanas; si cada una recibe a una familia de cuatro miembros, 108.000 personas podrían recibir alojamiento, para una integración en la sociedad. Gran esfuerzo humanitario.

De paso por Madrid, estuve entrevistando a uno de los padres de la congregación religiosa de los Mercedarios, que regenta la parroquia iberoamericana de la Merced, cuyo templo es una basílica situada en uno de los barrios del distrito Tetuán, de nivel económico por encima del promedio madrileño, y uno de los que tienen más población extranjera, entre otros, cerca de diez mil ecuatorianos. Allí, además, hay un elevado número de población anciana, en buena parte atendida por inmigrantes.

El sacerdote mercedario que aceptó que lo entrevistara, lleva muy bien su apellido Amable. A mi pregunta sobre la instrucción papal de acoger a una familia de refugiados, contestó con una sonrisa, como de impotencia, “para nosotros y muchas parroquias no es tan fácil, pero se está adaptando un edificio a cargo de varias parroquias, que alojará, al menos una familia por parroquia”.

Queda una tarea gigantesca a nivel pastoral. Se necesitará un cambio profundo hacia una cultura de solidaridad, que no se sigue enseñando en las escuelas.

Diagonal a la basílica hay un colegio para 1.700 alumnos, hasta hace tres años dirigido por religiosas; hoy es de propiedad de laicos católicos y bilingüe. En dos ocasiones traté inútilmente de entrevistar a algún profesor.
Tenía un grave cuestionamiento. En el muro externo del colegio, un vistoso letrero anuncia en inglés: “Nuestros estudiantes tienen que ser preparados para conquistar el mundo”. Mentalidad colonial, antítesis de la concreción del Evangelio, que implica solidaridad para construir un mundo de justicia y equidad. (O)

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