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Fue el teórico sociopolítico Max Weber quien abordó por primera vez el dilema ético de todo político: el de la convicción y el de la responsabilidad.
Detrás del postulado ético maquiavélico sobre el ejercicio del poder orientado a fines y a pesar de su acusada carencia de ética, este no contiene aún lo que pronuncia Weber como de obligatoria observancia, a partir de la racionalidad política que alimenta lo que denomina ‘ética de la responsabilidad’: aceptar las consecuencias de los actos.
En este aspecto, la política y el ideal del político difieren en los entramados históricos: el Renacimiento, cuando Maquiavelo escribió El Príncipe, y las postrimerías de la modernidad, cuando Max Weber aportaba a la sociología y a la ciencia política un ensayo magistral: La política como vocación.
Sin el desarrollo de las instituciones de hoy, en el político ideal de Weber existe una rendición de cuentas, es decir, un balance de los actos y las consecuencias para consumo propio. Y dos realidades disponibles: la ideológica y la material. Esta última emboza un amplio entramado de intrigas, competencias e intereses.
Colocarse en la palestra pública como actor político implica realizar actos políticos. Los actos políticos se constituyen en las acciones y recursos, visibles o no, mediante los que se procura, mantiene o pierde el poder.
Es lo que pone bien alto y de relieve Max Weber en el concepto ‘ética de la responsabilidad’. La entiende como una opción a la mano de los políticos racionales, que adoptan medidas informadas, con fines específicos, para producir efectos sobre el Estado, sobre sí mismos, sobre su lugar en el escenario del poder y sobre sus seguidores y adversarios.
De hecho, el vínculo con aquello de que el fin justifica los medios subsiste en que la escogencia de los fines es ajena a las convicciones y convenciones éticas, religiosas, ideológicas o morales.
Maquiavelo no invita a asumir las consecuencias de los actos, aspecto esencial de la visión de Weber sobre la política y la ética de la responsabilidad. Esta distancia también ilustra las diferencias del nivel del derecho a la libre expresión existente en ambos períodos históricos: Maquiavelo dice mucho menos de lo que sabe.
Hoy la ética de la convicción está desvencijada porque los idearios se interpretan como escaramuzas para revestir con aura de ilusión y grandeza los intereses más espurios, las ambiciones personales más desmedidas, las mayores canalladas y la mayor ineficiencia. De aquí que la ética de la convicción nutra los discursos críticos, en tanto la ética de la responsabilidad, los actos orientados a resultados. Asumir la ética de la responsabilidad no implica renegar los idearios. Es evitar que estos se constituyan en obstáculos.
Los políticos se enfrentan a este dilema. Colocarse en uno de sus extremos los caracteriza. En cualquiera, deben saber que sus acciones tendrán consecuencias, todavía más severas en la medida en que propicien la merma o pérdida del poder.