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Lucrecia Maldonado

Estamos felices

22 de abril de 2015

Rebosamos felicidad. ¿A qué se debe tanta alegría? Pues ni más ni menos a que pronto nos visitará el papa Francisco I. Ante tanta dicha y orgullo, una se pregunta para qué han servido veinte siglos de historia.

Hubo un tiempo en que el Papa era el rey de lo que se llamaban los Reinos Pontificios. En aquellas épocas no era casi para nada un líder espiritual, sino un monarca que se liaba en batallas por territorios, poder y recursos, igualito que los restantes reyes y otras autoridades europeas. La historia del Vaticano está llena de episodios intrigantes que resultaría ocioso detallar aquí. Y mientras tanto, los papas se ocupaban en decidir cosas tan de su oficio como si los aborígenes americanos tendrían alma.

El papado estuvo al mando de por lo menos dos (resumiendo bastantísimo) episodios vergonzosos para la historia europea: las Cruzadas y los mecanismos con que el Tribunal del Santo Oficio mantenía la ‘pureza de la fe’. Fue la corrupción descarada de la venta de las indulgencias, a cargo del Papa de aquel entonces, entre otras cosas, lo que provocó el cisma de los siglos XV y XVI, la división entre católicos y protestantes. Cuando la tecnología y las ciencias comenzaron a descollar, en el siglo XIX, se declaró el dogma de la infalibilidad del Papa, en donde se decreta, más o menos, que para ciertos asuntos la palabra del Papa es ley porque no se puede cuestionar, pues el Papa no se equivoca. Las monjitas y los curitas que explican esto dicen que es en muy pocas cosas, cuando habla ‘ex cátedra’ y de tales, pero así y todo, aunque fuera en una sola cosa, resulta un poco difícil creer que solo porque está hablando de sexo o de dogmas una persona no se va a poder equivocar.

Comprendo que para la gente católica esta visita es muy importante, y llama la atención que, más allá de las lecciones de la historia, se siga creyendo que el Papa (cualquier Papa) es el emisario directo de Dios. Sin embargo, pienso que, en honor a la equidad, igual se deberían programar ceremonias con oropel y boato cuando vengan pastores evangélicos, rabinos, líderes islámicos, monjes budistas o representantes de otras creencias existentes en nuestro mundo, en la actualidad.

Sin embargo, la memoria de los seres humanos es corta y, por más pruebas en contra que la historia nos dé, seguimos dándole al Papa un honor que sobrepasa largo el de un jefe de Estado. Ahí no queda mucho más que conversar. Que sean felices, aunque por algo que parece ser lo que en la estricta realidad no es. (O)

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