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Xavier Guerrero Pérez

¿Estamos confundidos y lastimados? (II parte)

05 de agosto de 2025

“Hoy vamos por la vida encontrando con mucha frecuencia y por todos lados a personas con un corazón malvado; a familias divididas y destruidas; a jóvenes confundidos… En fin, a personas heridas”.

Así inició la primera parte del tema de esta columna. En el cierre del tema, veamos un ejemplo adicional con el fin, una vez más, de intentar confirmar o rechazar la aseveración anteriormente invocada:

3. El dinero, o los bienes materiales. Es muy común que al momento de navegar en las redes sociales y en Youtube, poder encontrar material diverso y hasta abundante cuyo título sea similar a los siguientes: “Conviértete en una persona rica”; “Con tu pensamiento puedes crear dinero y atraerlo a tu vida”; “Quieres ser exitoso(a) como lo han hecho las personas multimillonarias y tener esa vida envidiable”; “En tus manos está vivir cómo quieres y cómo te mereces: con comodidades y donde tu pensamiento genera la riqueza que necesitas”.

La pregunta que inmediatamente surgió en mi mente: El llegar a tener dinero (de sobra), o incluso, una vez que se cubren todas las deudas, y aún así el dinero resulta abundante, ¿Me concede felicidad? La respuesta es desilusionante y bastante cruel: ¡No!

¿Por qué el dinero puede comprarlo “todo” (según el pensamiento de una gran parte de las personas, y cada vez esa magnitud es creciente, lamentablemente) y aún así no permitir a la persona que lo obtiene el experimentar felicidad? Sencillo, porque el dinero, cuando es asimilado como la meta a alcanzar, como el fin a obtener, como lo absoluto al grado de ocupar la cúspide de la vida de la persona, entonces el mismo atrae, con una fuerza invencible, a la codicia, y de esa manera destina la vida de quien lo posee a la exclavitud, y en una buena parte de los casos -por no decir en casi todos los casos- a corromper el corazón, a denigrar a las personas y a quienes están alrededor; y ante los ojos de Dios, una vez que cerramos los ojos para siempre, a la condenación perpetua. Y, al respecto de Dios, el ser supremo, Él no está en contra de la riqueza. De hecho, los bienes materiales no son un impedimento para contemplar a Dios por toda la eternidad luego de morir. El asunto estriba en que el individuo con dinero se cierra a compartir, se vuelve inmisericorde, y elimina de su mente el significado de la compasión. Es más, la persona con dinero, caracterizada tal como lo señalé en la oración anterior, se vuelve tan ciega que se olvida que jamás podrá comprar: amor (aunque adquiera compañía y hasta sexo), ni descendencia (aunque adquiera mascotas y, dada su confusión, reduzca la naturaleza humana al campo de los animales, llegando a denominar a las mascotas: perrijos), ni, sobre todo, vida. Para ilustrar: si una persona llegara a tener tanto dinero y múltiples bienes materiales al punto de ni siquiera poder cuantificar lo que tiene, pero que decide ni compartir ni atender a quienes buscan de ella -al tocar sus puertas- para solicitar auxilio o ayuda dada su condición (al ser, por circunstancias de la vida, menos favorecidas(os)). Pero que, de un momento a otro, aparece en ella una enfermedad terminal con un lapso cortísimo de vida. ¿El dinero podrá extender la vida que posee? ¡Negativo! Aunque “se pare de cabeza”, nada podrá hacer para evitar lo que le espera. En sí, esta persona (y quienes actúan como ella) a más de caer en el encierro y eclavitud, estableció una regla perpetua: la medida que usa, la usarán contra esa persona. Cuando se presente ante Dios, no habrá misericordia, ni compasión. Sí encontrará con la aplicación de la regla que estableció en esta tierra: oídos sordos, y encierro no precisamente en el cielo.

Contestando a la interrogante: definitivamente sí; y en la actualidad es más frecuente encontrar personas heridas. Necesitamos (me incluyo) la ayuda divina para ir sanando nuestras laceraciones e ir por la vida compartiendo, escuchando, construyendo y en suma dejando en mejor posición a quienes, por Diosidencias, nos encontramos en este peregrinar terrenal. No engañando; no siendo infieles. No usando a las personas y apreciando a los objetos. Mejor: usando a los objetos y amando a las personas. Lo más triste y lo peor que nos puede pasar como humanos no es carecer de dinero para cubrir las deudas derivadas de necesidades básicas como alimentación o vivienda, ni tampoco lo es el experimentar carencias. Lo peor que nos puede pasar como humanos es perdernos, por nuestra codicia, el contemplar a Dios después de esta -corta- vida terrenal.

 

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