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Xavier Guerrero Pérez

¿Estamos confundidos y lastimados? (I parte)

09 de julio de 2025

Las siguientes palabras no son mías. Corresponden a un sacerdote católico de la orden de los Mercedarios, y fueron difundidas dentro de una homilía de una Eucaristía de día ordinario. Y considero son muy ilustrativas para definir lo que hoy estamos experimentando como raza humana:

“Hoy vamos por la vida encontrando con mucha frecuencia y por todos lados a personas con un corazón malvado; a familias divididas y destruidas; a jóvenes confundidos… En fin, a personas heridas”.

“Hay personas heridas”, lo aseveró una persona que oye confesiones con cierta frecuencia. Veamos dos ejemplos para tratar de confirmar o rechazar tal aseveración:

1. Dos personas deciden iniciar una especie de relación sexo-afectiva, sea por ilusión, o por sentir bonito o por amor (no entraré en estos detalles en este momento). A medida que transcurre el tiempo, surgen las discusiones, las diferencias se ahondan paulatinamente, y “la vieja confiable” también se hace presente (en uno de los dos, o en ambos): “Es que tú tienes fantasmas (de tu ex, de aquella relación…)”, llegando al grado de cruzar la línea roja del respeto, sin mencionar la lluvia de ofensas, insultos y hasta agresiones físicas que se susciten. Se enfadan. Luego vuelven a estar bien. Nuevamente se enojan y se distancian. Más tarde retornan, otra vez. Y todo se convierte en un bucle. Las personas más próximas a esta pareja los tachan de ‘tóxicos’. 

En ese caso, ¿Por qué aquellas dos personas deciden seguir juntas? ¿Es solo por satisfacer algún interés (mayormente sexual)? 

2. Es sumamente repetitivo escuchar a personas que aseguran que “los tiempos han cambiado”. En específico, un presentador de TV internacional manifestó con notoria seguridad que hoy él se ama ya que ha dejado de lado reglas o imposiciones arcaicas, que se ha dado cuenta que hay un ser supremo que no le pide castigarse y que sí le pide que se ame (y se viva en ese amor). Acto seguido expresa que una de las recomendaciones de vida que le ha dado éxito es “la prueba previa”; en el caso del matrimonio, advierte que no existe un “hasta que la muerte nos separe”, sino “hasta que nos ”, y que el probar (antes de casarse), entiéndase en todo el sentido de palabra (especialmente el carnal), es desde válido hasta el ser una condición para saber “que la mercadería que compro es la que me agrada”. 

En este caso (pensé al escucharlo): “Creo que le falta decir que pronto lo elevaran a los altares”.

En ambos casos (como en muchos otros que no he expuesto ahora): están confundidos; pero detrás de esa confusión se hayan heridas que las han cubierto con “curitas” llamadas: negación, “tomar lo que me conviene”, vivir mayormente desde el libertinaje, o como diría un sacerdote franciscano: “viva la pepa”. 

Desde el ala propositivista (y lo puedo mencionar porque en una parte de mi vida estuve atrapado por la confusión, me lastimé y herí, consecuentemente, a mi familia. Y hoy gracias a Dios, y con Él, lucho para no volver a ser ese viejo Xavier Guerrero) esgrimo: la claridad que me permitió vencer mi ceguera estuvo en reconocer que Dios me ama, y por que me ama Él anhela que día a día me dignifique; que respete sus reglas para no lastimarme ni lastimar; y así su amor me seduce a amarme. De esa manera, puedo amarlo, y amar. Y entonces podemos empoderarnos de verdades que una buena parte de la sociedad intenta deslegitimar: a) una relación donde no busco el bien de la otra persona, es cualquier cosa (incluso solo para mantener relaciones sexuales, controlados por el instinto como si fuésemos animales) pero menos una relación sentimental estable y bien cimentada; y, b) probar implica reducir la dignidad humana y generar un miedo horrendo al compromiso y a no tomarse la vida en serio. El matrimonio sí es para toda la vida. La muestra: nuestros mayores con 30, 40, 50 o más años de aniversario matrimonial. Ver aquellas parejas (cabezas de algodón, como decía Celia Cruz de su esposo) es aún esperanzador.

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