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El Telégrafo
Fander Falconí

Escándalo

01 de octubre de 2014

Washington DC es uno de los epicentros de la política internacional. Es una ciudad fascinante convertida en estos días en escenario de varias series de televisión que representan las miserias del poder y proponen miradas críticas a la sociedad norteamericana.

House of Cards (Castillo de naipes) y Scandal (Escándalo) muestran la corrupción de la alta burocracia estadounidense, las relaciones entre un poder político amoral y el vasto poder económico neoliberal, la capacidad de trasnacionales apoyadas por el ejército más poderoso del mundo para disponer de los recursos y de los mercados de buena parte del planeta, patrones de vida caracterizados por derroche, el desprecio por la gente común, en fin, la supina ignorancia con la que Washington trata al resto del mundo.

Son representaciones acordes con las más recientes críticas de Francis Fukuyama -el mismo que en 1992 publicó El fin de la Historia y el último hombre, para anunciar la llegada del imperio del mercado, el fin de las ideologías y el triunfo del pensamiento único–.

Scandal retrata la ambigüedad de valores de los estadounidenses. Una estricta lealtad al ‘establishment’, combinada con su predisposición a transigir si de dinero o sexo se trata. Pero también sugiere un cierto fatalismo, la idea de que a la larga no es posible evadir el destino, propia del protestantismo calvinista que cree en la predestinación (se nace destinado al cielo o al infierno). Y no solo las personas son predestinadas, también las naciones. En el ámbito nacional esta creencia se proyecta como un ‘destino manifiesto’.

En esta creación de Shonda Rhimes, la abogada especialista en casos ‘complicados’ Olivia Pope (interpretada por Kerry Washington) alterna sus destrezas profesionales con un romance con el mismísimo presidente republicano Fitzgerald Grant III. Antes de abrir su inusual  bufete, fue asesora de comunicación de la Casa Blanca. Pope gana, cueste lo que cueste, los casos de clientes pertenecientes a la élite económica, política o religiosa; limpia la basura, es una guerrera de traje, como se autodenomina.

Pope encarna la cruzada de los Estados Unidos, su destino manifiesto, su ineludible misión de “enseñar” democracia al mundo. Así, la televisión norteamericana recicla en el ciberespacio la fatal Doctrina Monroe del siglo XIX. Junto a su amante y a la tropilla de fungibles legisladores concentrados en Washington, son los herederos de los Padres Fundadores de ese experimento que admiró Alexis de Tocqueville. Un experimento ahora en franca decadencia.

“Tu vicepresidente, un loco estúpido de derecha que piensa que el Tea Party se creó para bajar los impuestos de los yates, y que tampoco entiende que la evolución no es una idea, sino un hecho” es parte de uno de los diálogos de Scandal que ejemplifica bien la ironía de la serie. Como se sabe, el Tea Party es un movimiento de extrema derecha, nacionalista y religioso, que muchas veces define la posición del Partido Republicano.   

Estoy convencido de que la realidad es mucho más inverosímil que la ficción.

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