La pregunta no es tan absurda. Con este sugerente título, Leszek Kolakowski argumenta, en un conocido ensayo publicado en Letras Libres, que Dios, puesto que existe en el mundo del sufrimiento, no puede ser feliz. Y si la divinidad no puede alcanzar ese estado, menos aún el ser humano. Podemos imaginar la felicidad, pero no vivirla.
La felicidad acapara portadas de revistas. Hay miles de artículos, libros, documentales (sobresale ‘Happy’, del norteamericano Roko Belic), cursos, tests dominicales; incluso una rama de la psicología aborda esta temática. A Daniel Kahneman le otorgaron el premio Nobel, en 2002, por integrar la sicología en la economía. Logró evidenciar que un mayor ingreso económico no conduce en forma automática a la felicidad.
Hay muchos intentos por medir la felicidad. El reino de Bután elabora el indicador de la Felicidad Nacional Bruta, que incorpora dimensiones subjetivas, como el bienestar sicológico, el uso del tiempo, la vitalidad de la comunidad, cultura, salud, educación, aspectos ambientales, nivel de vida, gobierno. Otro es el Índice del Planeta Feliz (HPI o Happy Planet Index, en inglés), que mide el desarrollo de los países con base en la combinación de la expectativa de vida al nacer, la huella ecológica -la demanda de recursos naturales y los residuos de una economía expresada en términos de espacio- y la percepción subjetiva de la felicidad.
En realidad, si bien el HPI va más allá que las medidas convencionales, como el Producto Interno Bruto (PIB), estos indicadores basados en percepciones parecen ejercicios fatuos y con una clara intencionalidad anestesiante, más todavía si son para clasificar países según su felicidad. Es necesario tener mucho cuidado con usar esa condición del espíritu para enjuagar una civilización materialista y embriagada de consumo.
El ideal de vida del capitalismo aspira a una búsqueda de la felicidad mediante el confort adquirido por la propiedad de bienes, dinero y la posesión de objetos -para lo cual la tecnología ha tenido un gran despliegue-. Este ideal materialista es el que ahora define la luz con la que vemos el desarrollo y el bienestar.
El pensamiento convencional, con la economía a la cabeza, en su afán de justificar sus resultados sociales, banaliza ideas muy complejas, como la de felicidad, para ligarla a la utilidad del mercado. Es propio de la civilización capitalista capturar ideas y conceptos críticos en su esencia para reciclarlos a su antojo y conveniencia. Esto podría estar sucediendo con los índices de la felicidad (esto último amerita otro artículo).
Felicidad y bienestar humano son diferentes, y es muy importante evitar que los dos conceptos se confundan de manera tan reiterada. En el fondo, degrada la condición humana y la sumerge en un estado de materialismo que es muy conveniente para el capitalismo en su fase neoliberal.
¿Es feliz Dios? Sea o no absurda la pregunta, la felicidad es un estado del espíritu en relación con su pertenencia al universo. Desde otra perspectiva, la pregunta de Kolakowski abre una puerta de entrada para una discusión seria sobre la pertinencia del buen vivir y sus opciones de medición, a partir de la matriz civilizatoria occidental.
En este 2015, deseo que cada uno de nosotros practique y construya su propia felicidad y buen vivir.