Ecuador, 13 de Mayo de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Christian Gallo

Entre Stoddard, Doniphon y Valance

21 de febrero de 2022

El hombre que mató a Liberty Valance” (1962) de John Ford, además de ser un hito en el cine es, también, un auténtico manifiesto a favor de la libertad, la democracia y el Estado de Derecho. Considerada por varios críticos como una de las mejores películas de la historia, relata, de manera sentida, el ocaso del viejo oeste ante la llegada de la modernidad.

 

Su argumento destaca por enfrentar dos tópicos comunes: el Derecho, por un lado, manifestado a través de las leyes y la civilidad; y, por el otro, la fuerza, expresada a través de la violencia y la brutalidad. El escenario en que se desarrolla esta contienda no puede ser mejor: el oeste americano, tierra de nadie, donde no hay ley que valga ante la imposición del más fuerte.

 

La obra se desarrolla en torno a tres personajes principales: Ransom Stoddard (James Stewart), un abogado que, con la ley de su lado, piensa que el mundo se debe a esta; Liberty Valance (Lee Marvin), un bandido que representa a la violencia y la arbitrariedad propia del delito; y, Tom Doniphon (John Wayne), un pistolero vigilante que cree que la fuerza es el único balance en aquellos contextos de injusticia.

 

Así, la llegada del abogado al salvaje oeste choca abruptamente con la “ley” de la violencia a través de la cual, una banda de delincuentes, encabezada por Valance, mantiene presa a toda la localidad. En este contexto, pareciese que todo está perdido pues los ciudadanos se encuentran arrinconados a merced de los bandidos. Es aquí cuando el filme toma sentido, pues el espectador sabe que el cambio jamás va a provenir de la mano de la fuerza y el caos sino de la ley y el orden.

 

En efecto, ha sido la fuerza la que ha permitido que tipos violentos como Valance se impongan, respetando únicamente a quienes son igual de fuertes que ellos, como es el caso de Doniphon. Stoddard, por otro lado, trae consigo el cambio, pues sabe que la solución no proviene de la violencia de los particulares sino del mismo pueblo: si este se educa y toma conciencia de su poder (reconocido en la Constitución como norma fundamental), sabrá que está en él elegir autoridades que lo representen verdaderamente y que con su autoridad impongan la ley por encima de la voluntad particular de los delincuentes. Por ello, cambia su labor y se convierte en el maestro de la localidad, enseñando a todos los ciudadanos el valor de sus actos.

 

No obstante, en este constante ir y venir, Stoddard no pocas veces está a punto de claudicar. En efecto, harto de las amenazas, llega a considerar a las armas como una solución, pues en medio del caos que representa el salvaje oeste, la violencia parece ser muy superior al Derecho .Antes bien, su apego a la justicia puede más, y su esfuerzo, junto con el del dueño del diario local, logran lo impensable: que los ciudadanos, a pesar de las amenazas y conscientes de su poder, rechacen a Valance  y sus compinches y elijan a Stoddard y a Peabody como representantes.

 

La violencia, sin embargo, no tarda en hacerse presente. Stoddard, presionado por Valance, tiene que librar un último duelo. Inútil con las armas y luego de ser herido y humillado, en un magnífico golpe de suerte, logra abatir al bandido en el campo en que este es experto. Si bien todo el pueblo se alegra por lo sucedido y no dudan en alegar legítima defensa, por el contrario, el abogado no está tranquilo pues siente que la sangre de un hombre pesa mucho y mancha su conciencia. De ahí que decide abandonar. Su marcha solo se ve interrumpida por la imponente presencia de Doniphon quien le dice que fue él quien mató a Valance desde las sombras, pues Stoddard jamás hubiese podido hacerlo.

 

El hombre que mató a Liberty Valance” es considerada una película llena de simbolismos, pues a diferencia de otras similares del mismo género, marca prácticamente su fin. Es el fin del sueño del pistolero y de la ley del cañón. En ella podemos ver el reflejo del avance de la misma sociedad: cómo se abandona el lado salvaje y se abraza a la ley y el orden, cómo el pistolero cede por defender al que, a su vez, defiende la ley. Cuando Cicerón dijo: “Que las armas cedan a las togas” se refería precisamente a esto, la historia de la humanidad no es sino la muestra del constante esfuerzo de desplazar a la fuerza por el Derecho en la solución de conflictos

 

Vivimos tiempos difíciles en lo que a seguridad respecta. Los medios de comunicación hacen eco de noticias del delito que día a día llenan titulares y columnas. La sensación de inseguridad aumenta y como consecuencia, la sociedad quiere encontrar respuesta en la violencia. No es de asombrarse, entonces, que varios grupos (e incluso figuras políticas, sociales y autoridades), desconociendo totalmente de cuestiones relativas a seguridad, política criminal o Derecho penal, consideren que la solución radica en el libre porte de armas y la “autodefensa” (errónea interpretación del concepto de legítima defensa como causa de exclusión la antijuridicidad).

 

En tiempos como los que corren, donde al parecer la fuerza trata de imponerse nuevamente sobre la razón y la ley, recuerde, querido lector, que esto no es el viejo y salvaje oeste, sino que, al contrario, demasiado hemos tardado para entender que la educación es la base de la ley y el orden y que las armas y la fuerza solo engendran violencia y brutalidad.

Contenido externo patrocinado