Más allá del dolor de las familias de las turistas argentinas asesinadas en Montañita, su ingrata respuesta a la eficiencia del Estado ecuatoriano en la resolución del caso evidencia ciertas estructuras profundas e inconscientes de percepción de la realidad.
Y es que, tras su descalificación de los hallazgos de la investigación, aparece el rechazo a una imagen de mujer censurada por la ideología patriarcal, que emerge de la descripción fragmentada de los hechos a cargo de las autoridades. Bar, hombres, noche, licor, mujeres solas, sin plata, sexo, violencia, en un escenario de ‘desenfrenos’ como ha sido caracterizado Montañita, van configurando ese ‘Otro’ femenino, intolerable para la sociedad patriarcal. De ahí que, desde distintas voces, la familia haya buscado restaurar la imagen ‘correcta’ de ellas, destacándose la de uno de los padres, que objetó la versión oficial porque hace que su hija y Marina “aparezcan como prostitutas”. Como en una operación tenaza sobre la memoria de las víctimas, con los mismos códigos, las redes sociales las culpabilizaron de su trágica muerte. Así, unos con amor, otros con cinismo han desconocido su libre albedrío, su derecho a vivir, a aventurarse, a disfrutar de su cuerpo y hasta a equivocarse en sus decisiones, pero no han sido capaces de reconocerlas como víctimas del machismo ni de reconocerse en su discurso.
Pero la pregunta que ha obsesionado a la familia y a la sociedad radica en la etnicidad de los presuntos asesinos: un afroecuatoriano y un cholo costeño. ¿Cómo es que ellas, mujeres tipo europeo, pudieron aceptar la ayuda de “esos tipos”, con “esos rasgos físicos”, que “no generan ni un poco de confianza”, en lugar de recurrir a sus pares argentinos? ¿Cómo es que dos ‘angelitos’ y ‘solcitos’, pudieron confraternizar con “gente así”, que “si te los encontrás en la calle te tenés que cruzar la vereda para que no te maten o te asalten”? Es absolutamente inadmisible, desde este imaginario, que ellas hayan interactuado con ese ‘Otro’ repudiado, étnica y socialmente inferior. Ese parece ser el núcleo de la objeción de las familias a la versión oficial. Es decir, de esta descripción de los hechos no solo les ha mortificado la ruptura de los códigos femeninos patriarcales, sino también la de los códigos culturales racistas y discriminatorios.
Son estas estructuras oscuras de percepción las que parecen filtrarse en su respuesta al ‘Otro’ ecuatoriano -el Estado-, de cuya capacidad técnica, integridad y compromiso con la verdad han desconfiado abiertamente, contrastándola con la confiabilidad en ‘lo argentino’.
Se ha llegado al colmo de afirmar que la versión oficial es una “historia armada entre gallos y medianoche”, “una mentira”, que “están tapando todo” y “han plantado pruebas”, afirmaciones denigrantes que, lamentablemente, han sido asumidas por algunos compatriotas, mostrándonos la persistencia de viejas prácticas de autodenigración colectiva que parecían superadas con la Revolución Ciudadana. (O)