Se siente que hasta hemos perdido la noción de los días. Y así parezca broma escuchar frases satíricas como “al fin viernes” o “ya manden a las oficinas”, la percepción ni siquiera alcanza a hacernos entender lo que estamos viviendo y que ojalá nunca más se repita, luego que se supere, ¡claro!
Porque lo absurdo de todo esto, es que hay muchos que aún están convencidos de que esto es paranoico, exageración o que están suficientemente inmunes. Lo hemos visto en redes sociales, las que hoy más nos aproximan virtual y necesariamente a los nuestros y hasta a nuestro trabajo, al que no podemos asistir. Paradójico ¿verdad?
La pandemia ha puesto en cuestionamiento posturas radicales de sectores (neo) liberales o libertarios que han defendido la limitación del rol del Estado sin más justificativo que la austeridad o la reducción de impuestos hasta donde estiren las sábanas de sus afanes de lucro. Sin embargo, hoy que vemos a miles de médicos, paramédicos, enfermeros, militares, policías, bomberos y otros funcionarios públicos que incluyen periodistas, trabajando para mantener los servicios, la información oficial de forma transparente, pero principalmente: precautelar la salud de los contagiados; damos cuenta del valor de un Estado, que pequeño y que no regula, no funciona.
La iniciativa privada no atiende el interés colectivo (ni siquiera el de sus propios trabajadores) y el lucro capitalista no mira la vida. Evidentemente habrá excepciones a esto. Pero esta crisis ha desnudado esa realidad ante la demanda de una atención sanitaria que vele por todos.
Se ha desnudado la incompetencia de gestión y el discurso de autoridades como el presidente de la mayor potencia; al peligro de elegir populistas fundamentalistas conservadores en el poder, como en Brasil; y para no ir muy lejos, a una alcaldesa –periodista y política de larga data– a pensar y actuar con la cabeza caliente y pésimamente asesorada, a bloquear ayuda humanitaria con ribetes de papelón internacional. (O)
