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La tercera derrota consecutiva del correísmo en las presidenciales de Ecuador, ha sumido a la Revolución Ciudadana en su crisis más profunda. El movimiento que dominó la política ecuatoriana entre 2007 y 2017 enfrentará un desgaste irreversible si no logra reinventarse. La negación de sus errores y su incapacidad para conectarse con las nuevas generaciones amenazan a esta organización con reducirla a un eco de un pasado importante.
La insistente narrativa de fraude electoral, desmentida por observadores internacionales, solo agrava su desconexión con la ciudadanía. En lugar de asumir los errores estratégicos de las campañas de Andrés Arauz en 2021 y de Luisa González en 2023 y 2025, centradas en la nostalgia de un pasado idealizado, el movimiento se ha refugiado en la estrategia de la polarización. Esta estrategia no solo falló ante el carisma y el discurso anticorreísta de Daniel Noboa, sino que reforzó la percepción de corrupción y nexos con el narcotráfico que cerca del 56 % de los ciudadanos asocia con el correísmo. Episodios como los audios filtrados y la agresividad de González en la campaña de 2025 no hicieron más profundizar esa estigmatización.
El ascenso del correísmo se dio en medio de una bonanza económica, que les permitió mostrar logros en infraestructura, salud y educación. Sin embargo, el autoritarismo de su líder, el deterioro de las instituciones y los permanentes escándalos de corrupción empañaron su legado. Desde Bélgica, se mantiene un control que asfixia cada vez más esa posibilidad de renovación del movimiento. La ausencia de una narrativa que combine los avances del pasado con soluciones a desafíos actuales como la seguridad, el empleo juvenil o la sostenibilidad, ha dejado al correísmo como una fuerza reactiva, definida más por su oposición al gobierno de turno que por una visión de futuro.
Para mantenerse, el correísmo no tiene otra opción que transformarse, esto implica empoderar líderes locales, como alcaldes y prefectos, y relegar a su líder a un rol secundario, más simbólico que de caudillo. La dependencia de un solo hombre ha impedido la emergencia de figuras frescas capaces de conectarse con un electorado joven y desencantado. El movimiento, nuevamente tiene la posibilidad de asumir su rol de oposición con responsabilidad, representando ese 40% que lo respaldó en 2025 que sigue siendo importante, a través propuestas viables en la Asamblea.
Sin autocrítica, el correísmo seguirá perdiendo relevancia, la rigidez estructural y el rechazo a diversificar liderazgos, lo condenarán a la irrelevancia en un país que, bajo el liderazgo del presidente reelecto, busca superar la polarización. La reinvención exige abandonar las teorías conspirativas y construir un proyecto colectivo que responda al presente. El silencio de varias de sus figuras tras la derrota de 2025 refleja una verdad incómoda: el correísmo se encuentra en una encrucijada, y sin una transformación profunda puede que se convierta en un triste recuerdo ¿Lo entenderán?