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El Telégrafo
Pablo Salgado Jácome

En secreto, Ecuador en una caja

01 de abril de 2016

Es una película valiente. Sobre todo en estos tiempos, en los que nos inunda el silencio. El director se atreve a decir lo que muchos, desde el siglo pasado, se han negado a pronunciar. Y también lo que muchos, hasta hoy,  se niegan a escuchar.

En Un secreto en la caja, Javier Izquierdo, a través de un personaje de ficción, Marcelo Chiriboga -inventado por los escritores José Donoso y Carlos Fuentes-, se atreve a realizar una disección del ser -y del modo de ser- de los ecuatorianos. Sobre todo de aquellos que crecimos, en el siglo pasado, con dos líneas imaginarias: la de la mitad del mundo y la línea punteada en el mapa, como frontera entreabierta en la Amazonía. Es decir, ni abierta ni cerrada. Porque así somos los ecuatorianos -y lo muestra muy bien la película- ni lo uno ni lo otro; ni chicha ni limonada; ni comemos ni dejamos comer. Y así crecimos; reproduciendo el discurso de Velasco Ibarra -la nulidad del protocolo de Río de Janeiro- y odiando a nuestros enemigos del sur, Perú.

Ya en el siglo XXI hemos cerrado nuestras fronteras, pero no nuestros prejuicios y complejos.  Seguimos reproduciendo -como si no hubiera pasado nada en estos 70 años- las estéticas de Guayasamín y el discurso de Benjamín Carrión: “El Ecuador no será una potencia militar, pero sí una potencia cultural”. Seguimos encerrados en nosotros mismos, inventándonos victorias -militares y civiles-, viviendo de un pasado inexistente.  Cierto es que en estos últimos años se ha mejorado notablemente la autoestima y el sentido de pertenencia, pero es aún insuficiente.

Seguimos creyendo, ingenuamente, que lo único que nos une es la selección de fútbol. Ecuador estuvo ausente de casi todo, y por supuesto también del llamado ‘boom de la literatura latinoamericana’. Un fenómeno impulsado por el marketing  para posicionar a los nuevos escritores de una generación que, sin duda, fue capaz de renovar las letras en español. Y como ningún escritor ecuatoriano fue parte de él, intentamos conformarnos menospreciando al boom. Y así vamos construyendo líneas imaginarias. Lo cierto es que la literatura ecuatoriana es inexistente en el exterior; antes como hoy. Nuestros escritores siguen siendo invisibles, a excepción de Marcelo Chiriboga, claro.

Izquierdo logra hilvanar una biografía creíble -a pesar de lo absurda- de Marcelo Chiriboga, codeándose no solo con los más grandes del boom, sino articulando una vida familiar y una militancia política. Así, recorrer la vida de Chiriboga es recorrer la historia del país. Ese mismo país de Manuelito, de Absurdistán, lleno de paradojas, pero también de amargura y resentimiento. Ese país del palo ensebado, en el cual todos gritamos para que quien está a punto de llegar se caiga. Ese país que se niega a cambiar, a dar el salto. Ese país que se niega a mirarse en el espejo, y reconocerse, y prefiere vivir en el mismo simulacro.           

Un secreto en la caja evidencia nuestros traumas no superados; los fracasos y las derrotas de un país dolorido y angustiado, incapaz de terminar de reconfigurarse como nación; unitaria y diversa. Seguimos apelando a lo mismo de siempre, autoengañándonos; que nuestro Himno Nacional es el mejor del mundo; eso sí, después de La Marsellesa. Y así seguimos, conformándonos con los segundos lugares, evadiendo las incómodas verdades.    

Al final seguimos contando kilómetros de carreteras o los millones de dólares invertidos en los nuevos hospitales, o en escuelas o en los ECU-911, pero nada decimos de la consolidación de nuestras identidades, de nuestra diversidad cultural o de nuestras expresiones creativas. Nada. De ahí la valentía y la riqueza de Un secreto en la caja. Y ahí está, precisamente, el valor de la existencia del mejor escritor ecuatoriano de todos los tiempos, Marcelo Chiriboga. (O)

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