Es una película valiente. Sobre todo en estos tiempos, en los que nos inunda el silencio. El director se atreve a decir lo que muchos, desde el siglo pasado, se han negado a pronunciar. Y también lo que muchos, hasta hoy, se niegan a escuchar.
En Un secreto en la caja, Javier Izquierdo, a través de un personaje de ficción, Marcelo Chiriboga -inventado por los escritores José Donoso y Carlos Fuentes-, se atreve a realizar una disección del ser -y del modo de ser- de los ecuatorianos. Sobre todo de aquellos que crecimos, en el siglo pasado, con dos líneas imaginarias: la de la mitad del mundo y la línea punteada en el mapa, como frontera entreabierta en la Amazonía. Es decir, ni abierta ni cerrada. Porque así somos los ecuatorianos -y lo muestra muy bien la película- ni lo uno ni lo otro; ni chicha ni limonada; ni comemos ni dejamos comer. Y así crecimos; reproduciendo el discurso de Velasco Ibarra -la nulidad del protocolo de Río de Janeiro- y odiando a nuestros enemigos del sur, Perú.
Ya en el siglo XXI hemos cerrado nuestras fronteras, pero no nuestros prejuicios y complejos. Seguimos reproduciendo -como si no hubiera pasado nada en estos 70 años- las estéticas de Guayasamín y el discurso de Benjamín Carrión: “El Ecuador no será una potencia militar, pero sí una potencia cultural”. Seguimos encerrados en nosotros mismos, inventándonos victorias -militares y civiles-, viviendo de un pasado inexistente. Cierto es que en estos últimos años se ha mejorado notablemente la autoestima y el sentido de pertenencia, pero es aún insuficiente.
Seguimos creyendo, ingenuamente, que lo único que nos une es la selección de fútbol. Ecuador estuvo ausente de casi todo, y por supuesto también del llamado ‘boom de la literatura latinoamericana’. Un fenómeno impulsado por el marketing para posicionar a los nuevos escritores de una generación que, sin duda, fue capaz de renovar las letras en español. Y como ningún escritor ecuatoriano fue parte de él, intentamos conformarnos menospreciando al boom. Y así vamos construyendo líneas imaginarias. Lo cierto es que la literatura ecuatoriana es inexistente en el exterior; antes como hoy. Nuestros escritores siguen siendo invisibles, a excepción de Marcelo Chiriboga, claro.
Izquierdo logra hilvanar una biografía creíble -a pesar de lo absurda- de Marcelo Chiriboga, codeándose no solo con los más grandes del boom, sino articulando una vida familiar y una militancia política. Así, recorrer la vida de Chiriboga es recorrer la historia del país. Ese mismo país de Manuelito, de Absurdistán, lleno de paradojas, pero también de amargura y resentimiento. Ese país del palo ensebado, en el cual todos gritamos para que quien está a punto de llegar se caiga. Ese país que se niega a cambiar, a dar el salto. Ese país que se niega a mirarse en el espejo, y reconocerse, y prefiere vivir en el mismo simulacro.
Un secreto en la caja evidencia nuestros traumas no superados; los fracasos y las derrotas de un país dolorido y angustiado, incapaz de terminar de reconfigurarse como nación; unitaria y diversa. Seguimos apelando a lo mismo de siempre, autoengañándonos; que nuestro Himno Nacional es el mejor del mundo; eso sí, después de La Marsellesa. Y así seguimos, conformándonos con los segundos lugares, evadiendo las incómodas verdades.
Al final seguimos contando kilómetros de carreteras o los millones de dólares invertidos en los nuevos hospitales, o en escuelas o en los ECU-911, pero nada decimos de la consolidación de nuestras identidades, de nuestra diversidad cultural o de nuestras expresiones creativas. Nada. De ahí la valentía y la riqueza de Un secreto en la caja. Y ahí está, precisamente, el valor de la existencia del mejor escritor ecuatoriano de todos los tiempos, Marcelo Chiriboga. (O)