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El Telégrafo
Jorge Núñez Sánchez - Historiador y Escritor

El turismo interno

14 de mayo de 2015

Esto de viajar a otros lugares por el placer de conocerlos, gozar de su entorno natural y su gastronomía, llenarse los ojos con nuevas imágenes y los oídos con nuevas melodías, era hasta hace poco tiempo un placer reservado a los ricos. Es más: en el mundo entero, la gran industria del turismo sigue estando preocupada fundamentalmente de los que tienen buen dinero, porque los usos de ese tipo de negocio son costosos, ya que implican la utilización de aviones, yates, hoteles de lujo y otros elementos sofisticados.

Pero no voy a referirme a esos negocios de altura, que de todos modos son importantes para la economía de muchos países, incluido el nuestro, que cada vez recibe mayor número de turistas, que vienen atraídos por su bello entorno natural, su magnífico patrimonio construido y su sorprendente cultura popular.

Hoy quiero referirme a ese otro turismo que ha desplegado alas en nuestro país y que es el turismo interno. Es cierto que siempre hubo entre nosotros ese turismo, sobre todo el turismo de playa, por el que las gentes de clase media de la Sierra nos movilizábamos periódicamente hacia la Costa, especialmente en la época de vacaciones escolares, para gozar con nuestros hijos de unos días de solaz. A su vez, muchas familias de la Costa venían a invernar en la Sierra, para ponerse a cubierto de la canícula tropical, o viajaban por vacaciones a conocer el interior de su país.

Y no hay que olvidar el particular interés que siempre han despertado en los ecuatorianos los centros de aguas termales, convertidos por los creyentes en centros de peregrinación turístico-religiosa, como es el caso de Baños de Agua Santa.

Pero lo que sucede hoy es un nuevo y sorprendente fenómeno de turismo de masas. Estimuladas por la presencia de las nuevas carreteras, puertos y aeropuertos construidos por la Revolución Ciudadana, grandes masas humanas se movilizan entre provincias y regiones de Ecuador en cada ocasión favorable. Y basta un feriado largo para que las familias de toda condición social se movilicen a las playas, a las montañas, a las pequeñas ciudades del interior o a esos maravillosos pequeños hoteles y hosterías que han surgido en medio del verdor del campo y en especial en los rincones de clima subtropical.

Este no es solo un fenómeno económico, atribuible a los mejores ingresos que hoy tienen todos los ecuatorianos. Es, sobre todo, un fenómeno sociológico y político que merece la mayor atención. Porque para esos nuevos turistas, provenientes de los sectores populares, hacer turismo interno equivale a conocer y reconocer su propio país, a apropiarse simbólicamente de él y a afirmar su sentido de pertenencia. Y ello va acompañado de un nuevo sentimiento de orgullo nacional, que ha reemplazado a dos viejas enfermedades colectivas: el endémico sentimiento de minusvalía ciudadana y la secreta vergüenza de ser ecuatoriano.

En esos nuevos sentimientos y emociones populares se afirma el nuevo país que tenemos hoy, ese que quiere seguir avanzando y se resiste a regresar al pasado. (O)

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