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Ahora que un niño hizo un gesto contra el presidente Correa, provocando en él una reacción digna de mejor causa, las tintas se cargan sobre su madre.
“Se nota de qué hogar viene”.
“Es que su madre no le ha sabido educar”.
“Claro, con esa madre…”.
El gesto del niño es reprochable, sí. La actitud de la madre, también. Por no hablar del Presidente ni de la impresentable oposición que se cargó las tintas en el suceso. Pero este artículo trata de otra cosa: de esa manía humana, tal vez más frecuente en estas zonas del mundo, de erigirnos en el pedestal del juicio ante las actitudes ajenas. Sobre todo si se trata de una mujer, y peor si es madre.
En los corrillos de los colegios, los tés de señoras, las fiestas de quince años, en el chismorreo habitual se escucha la sentencia: “Es que eso se aprende en la casa”, “de tal palo tal astilla”, “seguro su madre no le supo enseñar”… O sea, otro modo de hacer eso que en lenguaje común y corriente se define como “mentar la madre”.
Cabrían algunas preguntas: ¿qué les importa? Y… ¿qué saben ellos/ellas? ¿Han vivido cinco minutos en aquel hogar, en esa casa que tanto censuran? También esto es meterse en lo que a uno no le incumbe.
Pueden censurar un hecho, reprochar una actitud, ¿pero a qué esa manía de atravesar las puertas que salvaguardan la vida privada de las personas?
Ser madre no es una tarea sencilla. No es fácil en un mundo como este. Aparte de la ya complicada transmisión de la vida, un mundo y una sociedad que siempre han pedido más de lo que están dispuestos a dar plantean una serie de normas y estándares que convierten en rea de cualquier cosa a la mujer cuyos hijos cometen errores (como todo el mundo, por otro lado).
Cada madre, y también cada padre hacen lo mejor que pueden. Desde su fortuna. Desde su dolor. Desde la dicha o el terror combinados de pasar la vida hacia adelante, sabiendo que no siempre llegará al término deseado. Desde las propias potencialidades y desde las propias carencias. A través de los errores y de las incoherencias se filtra el amor, incluso en las madres que por uno u otro motivo que a nadie le corresponde juzgar han decidido ceder el cuidado de sus hijos a otras personas, a otras familias, o simplemente no traerlos a un mundo que se les presentará demasiado difícil.
Y por lo mismo, es el simple hecho de ponerse al servicio de la vida para pasarla; es el solo hecho de asumir el riesgo; es el tomar decisiones -a veces muy duras- solo por amor, lo que más respeto y veneración merece. (O)