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El Telégrafo

El silencio de Tamaulipas

05 de abril de 2011 - 00:00

Poco o nada se habla ya de Tamaulipas, esa tierra mexicana de la frontera con Estados Unidos donde murieron unas 70 personas, el 24 de agosto de 2010. La noticia llegó al mundo porque un ecuatoriano sobrevivió a la masacre. De lo contrario, su cuerpo y los de sus compañeros habrían quedado olvidados en lodazales de sangre. Las autoridades mexicanas dijeron que no era la primera vez que migrantes caían en manos de estas bandas de terror. En general, cruzar esta ruta implica un peligro enorme. Los arriesgados están sometidos a la presión y al chantaje de los coyoteros; a la mala suerte de encontrarse con estos grupos ligados al narcotráfico; a las inclemencias del desierto; a los cazadores de migrantes organizados legalmente por las fuerzas de seguridad del norte…

Y si nada se habla ya de Tamaulipas, menos se dice del triste destino de las mujeres. Si a los migrantes hombres les va mal, a las mujeres migrantes les va peor. Además de las desgracias contadas, las mujeres están expuestas a violación sexual. En Baja California Norte, así como en muchas de las fronteras de nuestro país (México), se da en gran escala el flujo de migrantes hacia los Estados Unidos. El arroyo La Gloria, ubicado cerca de La Rumorosa, es una de las entradas principales que utilizan algunos migrantes para llegar al otro lado. A unos cuantos kilómetros de ahí, adentrándose en el desierto, se encuentra “El Árbol de los calzones”, nombrado así, por la cantidad de prendas íntimas femeninas que cuelgan de sus ramas. Estas prendas son de la enorme cantidad de mujeres que han sido violadas y vejadas durante su trayecto hacia el sueño americano.

Víctimas de la pobreza, del desarraigo, de la violencia sexual y del olvido. En ese trayecto, las mujeres son sometidas por los coyoteros, por las bandas armadas del narcotráfico y hasta por sus propios compañeros de viaje. Esos hechos no están en los diarios, ni si quiera en los discursos de las autoridades. Y si esas tragedias no son públicas, para la gente no existen y, por tanto, los delitos contra las migrantes quedan en la impunidad.

El silencio tapa, entierra y olvida todo. Se puede argumentar que las personas se van de manera irregular y que los estados no pueden ofrecer seguridad. Sin embargo, esa explicación no alcanza para que la violencia sexual contra las mujeres quede oculta y ni siquiera aparezca en las estadísticas de la migración. Se trata de un delito que atenta contra los derechos humanos de las mujeres y por tanto debe ser perseguido.

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