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El Telégrafo
Ricardo Forster

El semiocapitalismo

29 de julio de 2017 - 00:00

Leo, no sin comenzar a preguntarme unas cuantas cosas que me remiten a nuestra actualidad, el último libro de Franco ‘Bifo’ Berardi, Fenomenología del fin. Sensibilidad y mutación conectiva, en el que desmenuza la época de la digitalización y del predominio de la financierización del mundo no sin derramar, al menos sobre mí, una sutil dosis de pesimismo civilizatorio que conduce más hacia la melancolía que a la rebelión. No por eso deja de ser un libro valioso y agudo en su intento de cartografiar la oscura complejidad de nuestra época.

Me detengo en uno de los tantos párrafos de un texto inquietante: “El punto crucial de la crítica de Baudrillard es el fin de la referencialidad y la (in)determinación del valor. En la esfera del mercado, las cosas no son consideradas desde el punto de vista de su utilidad concreta, sino desde su intercambiabilidad y su valor de intercambio. De manera similar, en la esfera de la comunicación, el lenguaje es comercializado y valorado como performance. Es la efectividad, y no el valor de verdad, la regla del lenguaje en la esfera de la comunicación. Es la pragmática, y no la hermenéutica, la metodología para comprender la comunicación social, particularmente en la era de los nuevos medios de comunicación” (pág. 175). En estas reflexiones de Berardi se pone de manifiesto el proceso que, en el interior de la modernidad burguesa, concluyó, siglos después, en lo que él denomina el ‘semiocapitalismo’, esa etapa en la que el signo lingüístico se ha emancipado de toda referencialidad para desplazarse por una espacialidad en la que domina la abstracción.

Pensar las estrategias comunicacionales es adentrarse en esta hipérbole del signo en la que la operación de desplazamiento se ha consumado de forma definitiva impactando de lleno en la subjetivación de individuos que establecen vínculos con ‘la realidad’ a través de esta ‘emancipación del signo de su función referencial’. En la era de la ‘posverdad’ todo puede ser dicho y convertido en ‘verdad irrefutable’. Romper esta nueva forma de hechizo constituye el desafío más arduo y difícil de todo proyecto de liberación. El peligro es que la dimensión real e imaginaria de este trastrocamiento de la materialidad en abstracción acabe por ser aceptada por los sujetos como la efectiva ‘realidad’ sin chances de sustraerse a esta colonización cada vez más profunda.

Giovanni Arrighi, en su libro El largo siglo XX, destacó que en cada una de las etapas o ciclos atravesados por el capitalismo desde su primera estación genovesa se podía constatar un rasgo común a todas: que en sus períodos de declive se producía, en el centro hegemónico de cada época, un desplazamiento del capital comercial y productivo hacia el capital financiero. Hay una asfixia de la comprensión que es proporcional a la complejidad tecnológica a partir de la que se desplazan los infinitos flujos del capital financiero por la abstracción del éter informacional.

La masa de los ciudadanos-consumidores se mueve en el interior de este proceso de estetización del mundo que se corresponde con lo que Nicolás Casullo llamaba la ‘culturalización de la política’, perspectiva que nos lleva a la influencia decisiva que se ha establecido entre las esferas del lenguaje y de la economía en el interior del semiocapitalismo, una categoría perturbadora que busca descifrar la fabricación de subjetividad y los nuevos dispositivos de la servidumbre voluntaria que ya no se despliega en la dimensión exclusiva de la imagen, sino que penetra en los intersticios del lenguaje hasta alcanzar su núcleo más profundo e inconsciente.

Los sujetos sujetados en el interior de esta lógica del capital son, ahora, hablados por esta configuración hecha de algoritmos, figuras y diferencias digitales. La trampa ya ha sido construida y hemos caído en sus redes. ¿Seremos capaces de romper sus nudos? (O)

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