El saber sobre la educación es una capacidad compleja que nos permite mirar las condiciones del desarrollo de un saber que se pregunta sobre sus propias bases de constitución y de transmisión, y por ende sobre su sentido en determinado proceso histórico. La pregunta por el ser de la educación no puede dejar de remitirnos a una preocupación por el ser de las cosas en general, desplazada en la sociedad global del capital, desde las consideraciones ontológicas a las evidencias fácticas, por lo que adquiere un carácter positivista que niega su condición de proceso, de inacabamiento y perfectibilidad.
Esto último hace que la pregunta por el ser se traduzca en una pregunta por el deber ser de la educación y por su devenir en cuanto proyecto político de transformación social, el cual nos remite a dos consideraciones previas. La primera, que tiene que ver con nuestra visión del poder. El poder por sí mismo es pedagógico. A más de la brutalidad de su expresión básica, el poder ha conformado una cantidad de dispositivos culturales y simbólicos que desembocan en el control y el debilitamiento de la democracia. Estos dispositivos pueden ser adquiridos en la escuela.
La educación no enseña primordialmente a interiorizar normas del comportamiento, pero lo hace al momento de preparar ciudadanos funcionales al ordenamiento dado. No está en el esquema de la educación oficial preparar ciudadanos disfuncionales al poder, aunque la profundización de las perspectivas antidemocráticas así lo sugieran.
La segunda es la imagen de futuro que construimos para valorar la realidad. Esa imagen requiere de la recuperación del uso no enajenado de la razón. Por eso creo que es necesario retornar a la idea del Sumak Kawsay, no solo como la ruptura de un proyecto civilizatorio fracasado, sino como la seria posibilidad de continuar con el proyecto humanista y socialista que no pudo cumplir la modernidad eurocéntrica. (O)
