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El Telégrafo
Fander Falconí

El precio de la codicia

22 de julio de 2015

Hay una película que ejemplifica lo que pasa con un capitalismo sin controles y se puede ver en el sistema de pago Netflix o buscarla en un videoclub. Se trata de Margin Call, o El precio de la codicia en Hispanoamérica, que convierte la complicada crisis financiera de 2008 en Estados Unidos en un apasionante drama y logra milagros: hacer interesante un diálogo sobre finanzas, transformar un tema económico en una película de terror. El filme permite apreciar cómo el mundo de las finanzas internacionales se mueve con un cálculo interesado y con una frialdad espeluznante. Un mundo de quiebras de empresas multinacionales y empobrecimiento programados, sin importar el precio a pagar, aunque implique el sacrificio humano.

El mundo enfrenta hoy algo peor que las periódicas crisis económicas que afectan al capitalismo. Una acumulación sin término, que favorece al 1% más rico de la población mundial. La crisis económica, por supuesto, está presente, y en parte se debe al capitalismo sin regulación ni control. Cuando se deja libre el mercado, el tren se descarrilla. La crisis mundial de 2008 fue la prueba.

Todo gracias a la idea de tratar de salvar a la economía dando dinero a los banqueros y exigiendo sacrificios a los pobres. En cambio, Islandia hizo lo contrario: dio dinero al pueblo y encarceló a los banqueros. Lo malo es que esa idea que fracasó en España se ha vuelto a aplicar en Grecia, con el mismo resultado: fracaso tras fracaso (la mayor parte del tercer ‘rescate’ a Grecia por 86 mil millones de euros en los próximos 3 años será destinado a recapitalizar a los bancos y al pago de la deuda). Vivimos en una época grabada por la codicia y amenazada por la amnesia.

El problema puramente económico se queda corto ante el peligro ecológico. Debido a la amenaza planetaria que representa el cambio climático, hoy estamos frente a una crisis civilizatoria. El modelo del capitalismo internacional es insostenible: el planeta no soporta más aumentos en las emisiones de gases de efecto invernadero, hemos rebasado los límites ambientales. El mismo ideal de crecimiento económico ilimitado se ha visto irrealizable, se habla de prosperidad sin crecimiento y no lo propone un monje budista, sino un economista reconocido en el mundo como Tim Jackson.

Entonces, es necesario avanzar hacia otro tipo de sociedad. “Es necesario el compromiso de todos para construir una sociedad más justa y solidaria”, no es una proclama socialista, sino un pedido papal. Es tan evidente lo que sucede en el mundo de hoy, que solo los extremistas, como el magnate norteamericano, y ahora precandidato republicano a la presidencia, Donald Trump –organizador de concursos de belleza muchas veces ganados por latinas, a quienes denigra–, son partidarios de un capitalismo químicamente puro.

Muchos pensadores nos recuerdan que quienes olvidan su pasado están condenados a repetirlo. Y los médicos afirman que el alzhéimer es el mal del siglo XXI. No podemos regresar a un pasado nefasto, a resucitar modelos fracasados que dañaron a los países capitalistas centrales, a España, Grecia, Portugal, Chile (en los años 70) y el que vivió Ecuador (en los años 80, 90 y 2000). Eso se aprecia tanto en el cine, véase la película Margin Call sobre la crisis de 2008, como en la vida real. (O)

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