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El Telégrafo
Roberto Follari (*)

El Papa inesperado

25 de septiembre de 2015

No parece el mismo que eligieron muchos obispos conservadores, ni el mismo que en la Argentina se mostraba distante de un gobierno que favorece a los de abajo. Algunos pensarán que lo iluminó el Espíritu Santo, otros que hizo un gran cálculo estratégico: la Iglesia estaba en crisis de vocaciones y de credibilidad, y había pasado por la publicitación de copiosos casos de abusos sexuales a niños. Había que recuperarla: el cambio desde Bergoglio a Francisco -de obispo a Sumo Pontífice- se explica desde allí. Como máximo dignatario de los católicos del mundo, el nuevo Papa ha mostrado simpatía, apertura, decisión en favor de los pobres, y comprensión hacia aquellos que la institución considera ‘pecadores’. El resultado es una monumental re-entrada de la Iglesia católica al escenario de la cultura contemporánea, de nuevo fuente de fe y esperanza para muchos creyentes, y signo de conciliación y apoyo a los desvalidos, para quienes no lo son.

Es que la Iglesia no es, como muchos creyeron, un ‘aparato ideológico del Estado’.  Los Estados pasan, y la Iglesia queda. Incluso se ha pasado del esclavismo al feudalismo, de allí al capitalismo e incluso al socialismo (caso Cuba), y la Iglesia permanece. No se pega a la defensa de un Estado o un gobierno, al extremo de caer con él; siempre tiene un resto por fuera, siempre su propia supervivencia se extiende más allá de la de cualquier aliado político. Se entiende así que la actitud del Papa no es, en primera instancia, la de legitimar gobiernos, sino más bien la de relegitimar el rol de su propia institución. Y para ello ha elegido un camino que no era el único posible: el del progresismo ideológico. Renace hoy la Iglesia, entonces, con el papa Francisco. El Papa asume pertinencia e importancia estratégica mundial. Llega al Congreso de Estados Unidos, defiende al ambiente, a los pobres y los migrantes, abre a la posibilidad de final del bloqueo contra la isla. Logra liberación de presos cubanos, pero no da espacio a la oposición organizada allí. Estará seis días en Estados Unidos, y la derecha republicana en ese país deplora su presencia.

No es para menos: el Papa defiende a los débiles, la derecha trabaja para fortalecer más a los ya fuertes. Poco importa si es real o inventado el recuerdo de un Bergoglio que iba a rezar misa a las villas en Buenos Aires: seguro lo hizo alguna vez, aparentemente no lo hizo muchas ni se hizo conocido por hacerlo. Pero es su presente lo que autoriza esa ‘invención de la tradición’; los fieles ordenan mentalmente su pasado, haciéndolo acorde a este presente tan diáfano. Pasado que, además, conocen muy pocos fuera de la Argentina, y que puede imaginarse a gusto.

Y las críticas al capitalismo que tanto escandalizan a quienes tienen por Dios al libre mercado, las hace Francisco en nombre de la más ortodoxa tradición eclesial. Porque -y esto daría para una nota adicional- el capitalismo fue el que desplazó históricamente a la Iglesia del poder temporal que esta tuvo hasta la revolución burguesa. De tal modo, la buena relación entre capitalismo e Iglesia siempre ha sido forzada y doctrinalmente equívoca: el cristianismo es comunitarista, el capitalismo liberal es individualista. El cristianismo apunta a valores, el capitalismo al dinero. El cristianismo es igualitarista, el capitalismo divide según cuántas propiedades tiene cada uno.

De tal modo, está claro que la acusación de ‘comunista’ a un Pontífice que no avala el reinado del “imperialismo internacional del dinero” -como lo llama una añeja encíclica- está hecha desde quienes carecen de toda afirmación en la fe católica, y desconocen o rechazan la doctrina eclesial largamente acrisolada por siglos. (O)

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