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El Telégrafo
Juan Francisco Román

El odio ecuatoriano

26 de octubre de 2021

La historia del Ecuador tiene raíces nacidas de Latinoamérica que representa lo que este continente tiene, una división de gente forzada a vivir en una misma tierra sin tener nada, absolutamente nada en común.

Si, el patriotismo, el falso patriotismo de cantar, en un mismo idioma, en unas mismas estrofas la historia de guerra y supuesta libertad que nadie tiene, nadie da, nadie quiere. El amarillo, azul y rojo, emulado en otras banderas, no son más que una mentira de falsa y eterna unidad que jamás hemos logrado tener.

La nación, palabra que tanto escuchamos en política y en discursetes desgastados, se define como un conjunto de personas de un mismo origen étnico que comparten vínculos históricos, culturales, religiosos entre otros, manteniendo una conciencia de pertenecer a un mismo pueblo o comunidad, y generalmente hablan el mismo idioma, comparten territorio.

En efecto, Ecuador en un conjunto de naciones, somos muchas personas a las que nos enseñan la misma historia de la tierra en la que vivimos. Pero esa historia tiene varios conceptos para quién la escucha. Los afros, los indígenas, los mestizos, los montubios, entre otros tantos más, escuchan la historia y les generan muchos, varios sentimientos que no son los mismos.

Esclavitud, latifundio, látigo y pobreza, cada una de las naciones entiende al Ecuador con un pasado que les recuerda que no somos parte de la misma historia, siendo que es contada con las mismas palabras.

La traducción escalofriante de esto es el arranche del Estado. Cada nación quiere un Estado para sí mismo, para los suyos que no son todos, son pocos y creemos merecerlos todo para los nuestros porque este Estado nos debe lo que nos hicieron. Si miran al Pleno de la Asamblea Nacional podrán escuchar, ver y sentir el arranche, la desidia, el grito de un país que no se reconoce como tal en las venas sangrantes de sus conformantes.

Es un país quebrado y desunido porque nadie ha visto la profundidad de los quebrantos de sus propios cimientos; entonces, tenemos lo que vivimos, aquí nadie pone el hombro para todos o quiere sacrificar nada para otros; es que cada una de las naciones tiene revancha contra la otra nación y la solicitada “unidad nacional” es solo eso, dos palabras que suenan lindas para nombrar a un puente que une el punto a con el punto b.

Esos espacios entre las roturas de los cimientos debieron ser llenadas por una política que reconozca, pida perdón, y retome un discurso en el cual, sea la que sea tendencia que gobierna, encuentre primero enervar el mal estado del quebranto social y arreglarlo de una vez por todas. Pero nada está más lejos de la unidad, cada nación sigue pidiendo para sí lo que cree que le pertenece y que los demás se hundan, porque lo merecen, porque no les importa.

Ecuador se diluye año a año y sigue, persiste, mantiene una visión quebrantada que no llega a ninguna parte, y eso vuelve obsoleta, por más obras de concreto que se erijan en su nombre a favor de uno, de todos. Aquí, en esta tierra, solo compartimos un espacio físico en un momento del tiempo determinado, pero nada más. Aquí, en Ecuador tenemos varios países y todos se niegan a reconocerlo. Este país sigue y seguirá quebrantado.

No hay futuro, no habrá futuro, no existirá futuro si no reconocemos que fuimos forzados a convivir conjuntamente y esa fuerza en la que nos encontramos no ha sido solucionada. Ecuador y sus naciones se odian a un nivel celular, ese odio es el problema, hasta tanto, algunos pocos seguirán lucrando de esta división y se irán, felices y contentos.

Lamento informarles que Ecuador no es un país como lo pinta y repite la Constitución. Ecuador es un país roto, y sangra odio.

Hasta que no lo curemos, no tendremos más que gritones que obliguen a entender lo que no somos, un país.

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