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El Telégrafo
Jorge Núñez Sánchez - Historiador y Escritor

El ocaso del regionalismo

14 de agosto de 2014

Entre los muchos bienes que la Revolución Ciudadana le ha hecho al Ecuador figura el ocaso del regionalismo, ese cáncer que ha corroído a nuestro país desde los tiempos coloniales y que lo mantuvo dividido, débil e impotente hasta para defenderse de las agresiones.

El original recelo regional fue consecuencia del aislamiento de las regiones y las gentes por causa de nuestra imponente geografía andina. Era, en gran medida, el resultado del desconocimiento mutuo entre pobladores que vivían aislados en su territorio natal, cercados por altas montañas, imponentes ríos o tupidas selvas.

En la época colonial, viajar entre Guayaquil y Quito o Cuenca y Guayaquil era una tarea que duraba semanas enteras, y siempre que el viaje no se hiciera en invierno, porque entonces los caminos se volvían lodazales. Similar era el viaje entre otras regiones. Y por eso mismo el número de viajeros era mínimo.

De ahí la importancia y utilidad que tuvo el ferrocarril de Alfaro, que permitió viajar entre el puerto y la capital en apenas dos días, con escala nocturna en Riobamba. Pero para el resto del país la situación siguió siendo la misma de antes, con las mulas como único vehículo todoterreno. Y en esas condiciones, se comprende que el regionalismo floreciera casi de modo natural en las mentalidades colectivas.

Pero el avance de las comunicaciones y los procesos migratorios internos fueron rompiendo progresivamente esas barreras mentales. Las gentes viajaron, se conocieron e intercambiaron más, y se recelaron menos. Pese a ello, el regionalismo pervivió, esta vez bajo el estímulo de la politiquería criolla, cuyos líderes sembraban odio y pasión entre sus seguidores para asegurarse la fidelidad de su feudo político.

Hoy, gracias a la Revolución Ciudadana y su líder, Rafael Correa, consignas como ‘costeño vota por costeño’ o ‘serrano vota por serrano’ han quedado sepultadas en el olvido y ojalá no vuelvan a levantarse. Con el país sembrado de autopistas y aeropuertos, las gentes viajan más que nunca, vacacionan en otra región y gozan de los paisajes de su país, al que ven como un todo integrado y de propiedad común.

Con ello, el regionalismo ha ido quedando arrinconado en pequeños círculos oligárquicos, donde todavía se cultivan odios regionales y se urden planes separatistas. Pero no son más que los rezagos de una realidad ya superada, los rescoldos de ese viejo país que se niega a morir, mientras emerge con fuerza y vigor el nuevo país del presente, construido colectivamente por las manos de millones de ciudadanos.

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