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El Telégrafo
Lucrecia Maldonado

El mundo al revés

29 de julio de 2015

Cualquier iniciativa es buena para cuidar la salud de las personas. Sin embargo, escuchar las campañas de salud en los medios públicos nos deja pensando, sobre todo una: “¡Papi, mami, a esta hora ya tendrías que haber tomado cinco vasos de agua!” grita una voz infantil. Y luego explica por qué, qué hace el agua en el organismo y cosas así. También escuchamos algunas en relación con la diabetes y otras situaciones. Y el eslogan: “Es hora de cuidar a tus adultos”.

Como se dijo, cualquier iniciativa para cuidar la salud es buena y no resultaría cuestionable, si no fuera porque sutilmente, mientras cuida la salud física de los mayores, ataca la salud psicológica de los menores.

Se explica: vivimos en un país en donde las dependencias afectivas hacen de las suyas. Parte de los graves conflictos políticos y de otros tipos que se dan en la actualidad nace precisamente de una indiferenciación psicológica que nos lleva a creernos dueños de vidas ajenas, tener conductas excesivamente controladoras, meternos hasta el cuello en lo que no nos incumbe y sufrir más de la cuenta por los asuntos ajenos.

Es necesario partir de un principio básico: una persona adulta puede cuidar de sí misma. No es la obligación de un niño o de una niña menor de doce años estar pendientes de si su padre, su madre, sus abuelas o abuelos, sus tíos carnales o políticos están tomando los ocho vasos de agua diarios, están pasados en la sal o ingieren demasiada comida grasosa. El solo hecho de escuchar esa insinuación puede resultar perturbador, pues aparte de sus tareas se sugiere que el niño o la niña lleven un detallado registro de las calorías, los gramos de sal y los vasos de agua ingeridos por sus mayores.

Dirán que se trata de un recurso creativo. Dirán que tal vez al escuchar a un niño que los conmina a vivir “hasta cuando yo sea mayor que ustedes” los adultos de cualquier generación sentirán una especie de obligación para cuidar de su vida y de su salud, y no se niega de ningún modo la importancia de hacerlo.

Pero detrás de toda esa buena intención se violenta un orden básico de las leyes de la vida: los menores pueden cuidar de los mayores solo hasta cierto punto. Es demasiada carga para una niña o un niño echarse encima la responsabilidad de vigilar cuántos vasos de agua ha tomado su madre hasta las cinco de la tarde. Son las personas adultas quienes deben poner el ejemplo, modelar la buena conducta y cuidar de la salud de los niños. No al revés. La salud psicológica también importa. (O)

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