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El Telégrafo
Lucrecia Maldonado

El más grande

08 de junio de 2016

Hoy por hoy los periódicos y las revistas, los noticieros y toda la parafernalia mediática han vuelto los ojos hacia él. La muerte suele volver a visibilizar a quienes, por uno u otro motivo, se convirtieron en invisibles, o fueron invisibilizados por algún interés al que se negaron a servir.

No fue sino hasta mucho después de conocer sus triunfos y derrotas que pudimos ir vislumbrando otros rasgos de grandeza en aquel personaje cuya leyenda se iba entretejiendo en medio de los combates de box que ganaba una y otra vez. En este mundo en donde la asimilación y la componenda son el pan diario, el entonces campeón de boxeo Cassius Clay se decidió en un determinado momento por la autenticidad que lo llevó, primero, a abrazar la fe islámica y cambiar su nombre por el de Mohamed Alí. Uno de sus más llamativos gestos de rebeldía frente a la sociedad en donde los hombres blancos, heterosexuales y protestantes, se organizaban en bandos en donde proclamaban la supremacía racial sin que les importara el destino de otros, de los que no cumplían con las características cuyo acrónimo era la palabra WASP, como avispa en inglés, quizá para demostrar el daño que ciertos grupos racistas eran capaces de hacer a quienes no se ajustaran a sus estándares de pertenencia étnica, social y política.

Mohamed Alí también se negó a ir a Vietnam para pelear una guerra que consideraba injusta e inmoral. Su contundente argumento fue: “Pregunten todo lo quieran sobre la guerra de Vietnam, siempre les tendré esta canción: ‘No tengo problemas con los Viet Cong, porque ningún Viet Cong me ha llamado un nigger’. Esa negativa le costó desde perder su título como campeón mundial hasta sufrir diversos tipos de boicots. Sin embargo, ya se había convertido en una leyenda más allá del box por su actitud rebelde y contestataria, por haber cambiado su nombre para no llevar el apellido de sus antepasados esclavos y por sus desafíos ante los requerimientos del modo de vida norteamericano que lo quería reclamar también como uno de sus obsecuentes íconos. Se autoproclamó ‘El más grande’. Y si bien para él ese apelativo era la descripción exacta de su desempeño como uno de los más grandes boxeadores de todos los tiempos, su grandeza sobrepasó sus habilidades boxísticas y su presencia en el ring. Su grandeza fue su consecuencia ante sus creencias, aunque no coincidieran con las del sistema en el que se desenvolvía. Su grandeza estuvo en la búsqueda de su verdadera identidad, en la integridad que lo llevó a perder lo ganado al negarse a traicionar a su raza, a su gente y, sobre todo, a todos aquellos valores que su propia rebeldía había generado.

Más allá de las críticas de los sectores más conservadores de todas las sociedades del mundo, la grandeza de Mohamed Alí será un ejemplo para todas aquellas personas que creen que la dignidad no es una cuestión de obediencia ni de condecoraciones. Sus desafiantes gestos ante el sistema, la serenidad de sus palabras y de su mirada al defender aquello por lo que en realidad peleaba, su valor para seguir poniendo la cara descubierta y sobria ante las pruebas de la existencia, entre ellas la de una grave enfermedad degenerativa que lo llevó hasta la muerte hacen de él no uno de los más grandes, sino, como él mismo lo dijera: ‘El más grande’. Grande en la rebeldía, grande en la integridad, y grande como el legado que deja a todos quienes saben que su verdadero legado está más allá de las cuerdas y los guantes de box. Paz y luz para él, y que su ejemplo de integridad nos siga iluminando durante mucho tiempo. (O)

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