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El Telégrafo

El inolvidable siglo XIX (III)

05 de noviembre de 2012 - 00:00

Para Hegel, el Estado es lo que La Ciudad de Dios fue para San Agustín. No ve las guerras como un mal que se deba abolir sino que las cree convenientes porque poseen un valor ético intrínseco que ayuda a conservar la salud moral del pueblo, en cambio ve la paz como la osificación de la sociedad. Cree que los conflictos entre los estados solo pueden ser resueltos mediante la guerra. Justifica toda tiranía estatal en lo interno y toda agresión en lo externo.  

  
Este siglo es rico en críticas al sistema imperante. Para Nietzsche, el Nuevo Testamento es un testimonio evangélico para seres completamente innobles y débiles, objeta su intento de destruir a los espíritus fuertes y libres explotando sus momentos de flaqueza y debilidad, y sostiene que “el cristianismo es la más fatal y seductora mentira que jamás haya existido”. En su lugar elogia al hombre capaz de la crueldad, de sacrificar a una nación en aras de su causa y que se vale de la violencia para lograr su objetivo. Cree que un líder así merece ser seguido y que se debe realizar por él cualquier acto heroico. Admira al conquistador, por cuya gloria se debe inmolar el pueblo.


El socialismo científico es también hijo de este siglo. Según esta doctrina, los medios de producción deben ser controlados por los trabajadores y, con la finalidad de construir una sociedad sin clases, el gobierno del Estado debe recaer en las manos de toda la sociedad. Busca el logro de este objetivo, ya sea mediante la revolución o con reformas institucionales que posibiliten la evolución social. 


El socialismo y su significado han variado según circunstancias y países. Las palabras “comunismo” y “socialismo” son usadas como sinónimos hasta el siglo XIX, cuando Vladimir Lenin les da su definición actual: el socialismo es una fase de transición entre el capitalismo y el comunismo.  


El comunismo surge en la Francia revolucionaria, durante el Directorio, en el período de 1795 a 1799. Bajo este gobierno reaccionario de ultraderecha, Babeuf dirige la “Conspiración de los Iguales”, el primer movimiento revolucionario comunista. 


Esta conspiración busca la eliminación de la propiedad privada y la instauración de la propiedad comunitaria, lo que debe asegurar al hombre la verdadera igualdad, no solo política sino también económica. El movimiento de Babeuf es reprimido de manera salvaje y cruenta por el Directorio, pero su pensamiento resiste el paso del tiempo y engendra a la mayoría de los movimientos comunistas que prosiguen sus huellas.

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