El discurso del presidente Gustavo Petro, pronunciado en las ONU el martes 20 de septiembre, causó revuelo tanto por su contenido como por su retórica. Uno de los propósitos fue colocar a Colombia como protagonista: “lo logramos”, dijo, con un discurso “garciamarquiano”.
El elemento connotativo del discurso dibujó al bueno y al malo en el contexto global. En la contracara denotativa, el tópico fue la guerra contra las drogas y la selva, por el uso del petróleo y la fumigación de las plantaciones de coca en la Amazonía. Petro configuró una geografía polarizada entre el Norte y el Sur. Construyó un “ustedes” frente a un nosotros: determinó que las guerras son provocadas por el consumismo y la “adicción” a la ganancia. -Ustedes han construido sociedades enfermas de soledad, abocadas a vivir en las “burbujas de las drogas”.
La retórica de Petro en la ONU mostró el lado pragmático en la entrevista realizada después por Caracol Colombia. Habló de la transición a una economía agraria campesina, frente al “azar” o hecho cierto de que el capital de la droga ha migrado a otro país: “El dinero se queda en otro lugar”. El acuerdo de paz con las fuerzas irregulares plantea la compra por parte del Estado de tres millones de hectáreas para entregarlas a ex combatientes. “Nos vamos a volver todos ricos como sociedad”, dijo. Pidió que paguen a Colombia por restituir la selva amazónica o liberen parte de la deuda externa. En esa entrevista el tópico de la guerra dio un giro: el asunto era el dinero para la caja fiscal.
En el acople de los dos discursos todo parece no solo “garciamarquiano”, sino coherente, pero en el fondo es contradictorio y reduce el problema a Colombia, aunque la finalidad de la paz es un bien mayor. Es verdad, el mundo gira al agro, un negocio que intentará atender el hambre de 2800 millones de personas. La protección de zonas generadoras de más oxígenos, puede tener un buen precio. Se quiere volver “más rica” a Colombia, sin ser consumista, librada de la adicción de la ganancia. Por otro lado, se invisibiliza una realidad ineludible: las drogas son una “mercancía” de alto precio, ilícita y mortal, que no tiene fronteras. El mercado-ganancia es al mismo tiempo un fluido y una religiosidad a la que casi todos le rezan. Tanto los del Sur como los del Norte están enfermos de “soledad” y adicción al consumismo y al capital. La “Belleza ensangrentada” está en todas partes.