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Antonio Quezada Pavón

El Día de los Muertos

29 de octubre de 2015

Hace más de 500 años, cuando los conquistadores españoles desembarcaron en lo que es ahora la República de México, encontraron que los nativos practicaban un ritual que simulaba burlarse de la muerte. Y lo venían haciendo desde hace tres mil años, al cual los españoles quisieron erradicarlo sin éxito. Es un ritual que se lo conoce como el Día de los Muertos y se lo celebra en casi toda Latinoamérica de diferentes formas. A pesar de que la práctica se ha mezclado con la teología católica, todavía se usan las calaveras en México, como lo hacían los antiguos aztecas. Ahora los mexicanos usan máscaras de madera con forma de calavera llamadas calacas y bailan en honor a los familiares muertos.

Para los aztecas y las otras civilizaciones mesoamericanas, las calaveras simbolizaban la muerte y la resurrección, por lo cual los europeos lo consideraban sacrilegio, considerando a los indígenas bárbaros y paganos. En su intento de evangelizarlos, los españoles trataron de matar este ritual; pero parece que, así como los viejos espíritus aztecas, esta celebración se niega a morir. Para hacerla más cristiana, movieron la festividad al 2 de noviembre como el Día de todas las Almas, así como el 1 de noviembre era el Día de todos los Santos.

En Ecuador, este día es celebrado por todas las clases sociales, pero es especialmente importante para los indígenas de origen quichua, quienes se reúnen en el cementerio de la comunidad con ofrendas de alimentos para todo un día de recordación de sus ancestros y seres queridos que ya murieron. La comida ceremonial incluye la colada morada, una bebida con especias y frutas que tiene su nombre y color de los mortiños, una variedad andina de cereza y del maíz morado. Se la consume con la guagua de pan, que es un pan con la forma de un niño. En algunas provincias serranas como Loja, se usan cuyes y cerdos horneados como complemento. En la era precolombina, la guagua de pan era preparada con masa, saboreada con queso y dulce, especialmente de guayaba.

Esta tradición se ha impregnado como parte de nuestra cultura social y es indispensable en el menú de la temporada. Los criollos ya no nos reunimos con la familia en el camposanto, pero aún se mantiene la visita a las tumbas y nichos, con el especial objetivo de hacer una limpieza y pintado anual de las lápidas y de alguna forma honrar a nuestros muertos con flores y tarjetitas con mensajes fúnebres. Cada vez son menos los responsos en latín que antiguos curas ofrecían como rezo para la salvación de las almas por unas pocas monedas. Yo acolité en mi niñez responsos en los cementerios de San Diego y del Tejar de Quito. Espero que sostener el incensario y el vaso con agua bendita por dos reales haya ayudado a las almas a salir del purgatorio. Ya no hay muchos devotos y todavía menos curas y ningún acólito.

Ojalá que nuestras tradiciones, de dondequiera que sean originarias, sobrevivan a este moderno siglo 21, pues de hecho lo único que nos motiva ahora es el largo feriado y la posibilidad de hacer un poco de turismo, si la crisis y la falta de dinero nos lo permiten. Pues peor sería que nos despersonifiquemos celebrando el Halloween. (O)

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