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Xavier Guerrero Pérez

El amor de una madre

19 de agosto de 2025

Hace días acudí a ver el film ‘Los 4 fantásticos: primeros pasos’. Como lo he manifestado antes, estilo buscar la manera de identificar en las películas de ciencia ficción fragmentos o experiencias que podamos interiorizar en aras de ser mejores seres humanos. ¡Y no fue la excepción! En la parte final de la película, el villano Galactus busca llevarse al hijo prácticamente recién nacido de los esposos Richards, Franklin, y aunque en su momento el progenitor del niño luchó contra el ser cósmico si éxito y quedó sin aliento en el piso, es Sue Storm, la madre de Franklin, quien sale en su defensa, y decide, sin miedo y con un grado de convencimiento absoluto, batallar contra Galactus, y empujarlo hacia un portal usando sus poderes cósmicos. En ese momento, ella le dice a su esposo que recupere al niño, al estar este impedido de ejercer movimientos. Él le contesta que cese en usar todo de sí porque puede ser peligroso. Ella no se detiene, y continúa en su ataque. Finalmente, el villano es enviado muy lejos al caer al portal, y ella muere. Mr. Fantástico, Reed Richards, en ese momento de dolor y al ver que su hijo Franklin llora, lleva al menor al regazo de su madre, y sucede lo inesperado: (por Franklin, y esa conexión/amor madre-hijo) ella retorna a la vida.

 

Extrapolando el acontecimiento anterior. Señoras y señores, sobresale una y otra vez lo que significa ser madre, lo que implica (bajo la venia de Dios) poder dar vida. Pero, en especial: la decisión de una madre de amar tanto pero tanto al ser humano que ha traído al mundo al punto de dar su propia vida con el fin de proteger a quien llevó en su vientre 9 meses. Ese es el amor auténtico de una madre. Ese nivel de sacrificio, ese sinónimo de amor, por razones desconocidas, poco -e incluso raramente- se observa en un padre. Es la madre la que opta por enfrentarse a quién sea, independientemente de su poder, o de pensar en “si podrá o no derrotarlo”, con tal de cuidar y salvar a quien de ella -de su vientre- salió: no es ‘algo’; es ‘alguien’.

 

Al respecto, escuché una homilía que estimo sumamente ilustrativa (parafraseo), en la solemnidad de la Asunción de la Virgen María. El vínculo entre una madre y un hijo(a) es sólido y rebasa la muerte. Es para siempre. Veamos a nivel terrenal (en la mayoría de los casos, salvo excepciones que lamentablemente las hay) y a nivel celestial, simultáneamente. Es la madre quien ama, quien soporta, quien acompaña, quien apoya a los hijos (aún cuando ‘el mundo’ se nos venga encima). Con mucha frecuencia, como hijos, causamos diversos dolores de cabeza y disgustos. Es más, hay ocasiones en que un hijo(a) puede volverse un permanente dolor de cabeza para una madre, y hasta (me excluyo) hijos que no quieren a la madre (por razones que no vienen al caso abordar). Aún así, la madre no deja de amar; sigue y seguirá amando a sus hijos. ¿Por qué? Porque es madre. Y esa condición es un misterio. La madre no ama porque un hijo(a) merezca ser amado(a). Ella ama porque es madre. Y será así para toda la vida.

 

¡Qué bendición si usted aún tiene a su madre con vida!

 

¡Qué bendición la mía! Aunque, con sinceridad, aún mi inmadurez coopera para no amarla como ella me ama. Mientras estemos con vida tratemos de aprovechar cada minuto para amar a quien nos trajo al mundo, y también a nuestra Madre celestial, madre de Dios. Y aprovecho este prestigioso espacio público para decirle a mi Madre (en vida): Te amo Mamá, aunque te lo diga poquísimas veces. Te pido perdón por el sinnúmero de disgustos y dolores causados. Gracias por ser mi superheroína y demostrarme hasta el cansancio que lo has dado todo (y sigues dándolo todo); es más, sin detenerte jamás en reparar si tu vida está en juego para mi porvenir (como lo he palpado). Que el buen Dios me permita la entera satisfacción de seguirte teniendo conmigo en este peregrinar terrenal, Mamá.

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