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El Telégrafo
Roberto Follari (*)

EE.UU., combatir a Cuba por otros medios

26 de diciembre de 2014

Es un poco infantil la reacción a la renovación de relaciones diplomáticas EE.UU.-Cuba, en términos de gran logro revolucionario desde la isla. Es un alivio, sí, una cierta mejora parcial para los cubanos. Nada más que eso y -por cierto- un avance que incluye costos en algunas concesiones que el Gobierno isleño ha debido hacer en materia de comercio y de apertura al mercado.

Es cierto que la baja del precio del petróleo ha afectado la ayuda energética desde Venezuela, y que el proceso de ‘actualización’ de la economía cubana viene implicando medidas pragmáticas en comercio exterior y apertura de nuevos espacios (si bien limitados y regulados) a la propiedad privada dentro de la isla. En ese sentido, el acuerdo es solamente un paso más en la misma dirección; una dirección quizá necesaria, pero que difícilmente mueva al gran entusiasmo y a la reivindicación de posturas revolucionarias.

Indiferente a ello, EE.UU., invariable, continúa queriendo ser cancerbero y gendarme respecto de la isla, como busca serlo de todo el mundo. Es cierto que Obama pretendió retomar iniciativa política en un momento de marcado descenso de su poder (principalmente en el Congreso) cumpliendo una sentida promesa de campaña; pero lo es también que sus gestos posteriores resultan inequívocos: ninguna apertura hacia América Latina, ninguna tolerancia a quienes se atrevan a desafiar el dominio imperial.

Así, y con la consabida monserga de que quien no sigue a EE.UU. es antidemocrático, se atrevió Obama a sancionar al Gobierno venezolano por pretendidos atentados a los derechos humanos, apenas a dos semanas del papelón planetario de Washington por las torturas de la CIA, reveladas en conspicuo y elocuente informe (el que muestra a la gran potencia del Norte como violadora serial de esos mismos derechos).

Además, el mandatario estadounidense sancionó a Corea del Norte y prometió retaliaciones por un atentado electrónico -para nada demostrado en cuanto a su origen- contra la empresa Sony, exhibiendo así al Gobierno estadounidense como hijo tonto de las corporaciones y las empresas privadas, confundidas alegremente con el patrimonio público y la bandera nacional.

La completó el presidente Obama -en medio de la situación de belicosidad doméstica surgida a partir del racismo de la Policía de su país- cuando se ufanó en afirmar que “EE.UU. buscará ahora incidir en la política cubana”.

Estas declaraciones debieran recibir condena internacional, por lo que tienen de arrogante minusvaloración de la soberanía de otros países. ¿Quién otorgó a EE.UU. licencia para la libre intervención fuera de su territorio, como para interferir en la política cubana?¿Admitiría Obama que Castro afirme que desde ahora va a intervenir en la política de EE.UU., lo que sería una afirmación razonable en cuanto a simétrica de la suya?

Sombras sobre el acuerdo diplomático EE.UU.-Cuba. Para el gobernante de la gran potencia, su señalamiento de que la política anterior hacia la isla estaba fracasando, puede ser retraducido como: “Nuestro anterior modo de combate al Gobierno cubano no funcionaba, reanudando relaciones continuaremos ese combate de mejor manera”.

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