”Quemamos el año”, se dice en nuestra contaminante y peligrosa tradición ecuatoriana. En esta expresión se representa en un monigote el año que se va, para llevarlo a lo que será una hoguera y mientras vemos el incendio, abrazamos a nuestro ser querido con la esperanza que el próximo año sea mejor.
Pero acá también hay un monigote, un bufón, y este es quien les escribe sus opiniones cada semana, con el privilegio que vaya a saber usted cómo me lo he ganado. Comencé temprano, solo diré, esta tarea infinita, la de ver contradicciones y luchar incesantemente contra lo que siempre llamo la gangrena del pensamiento: el fanatismo.
Si fuera militante, contra eso sería mi primera lucha y la otra que llevo por delante es sugerir que vayan a terapia; además, para no pasar vergüenzas insultando en redes sociales.
Pero se me señaló como “militante” de derecha ¿eso existe?; también como arribista, clasista, racista y otros “istas”. Desde Sigmund Freud sabemos que en la militancia no hay cerebro y de ahí se puede decir que se sigue un rumbo imponiendo a la fuerza sus ideas, que aplasta al que piensa distinto.
Eso no es honorable. Es verdad que duele que nos muestren nuestras incoherencias y Freud también habla de la negación.
He dicho “monigote” porque me he asumido así representando algo a veces molesto o a veces agradable de leer, que eventualmente a quien le haya tocado la hebra de su fanatismo o el núcleo de su ego, me quema mediáticamente ad hominem. Y eso, queridos lectores, está bien si es sin violencia y sin paralizar petroleras. Pero no vale cuando se trata de los trolls: se compran por paquetes para lanzar insultos a cualquier personalidad.
Alguien me decía que eso no servía para nada. Pero sí, sirven para quebrar al oponente discursivo.
Lo que acá se escribe no responde a la línea editorial del diario que, debo decir, respeta cada palabra e idea mía. No como en otrora cuando se metía mano obscenamente. Por mi parte, seguiré intentando para mejorar en este 2020, ¿y usted? (O)