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El Telégrafo
Eduardo Jurado

Economía abierta

02 de marzo de 2018 - 00:00

Thomas Malthus fue el primer economista en proponer una teoría sistemática de la población. En su Ensayo sobre el principio de la población (1798) pronosticó que la humanidad estaba condenada, que el hambre jamás sería erradicada, puesto que todo aumento de la producción de alimentos servía únicamente para aumentar la población. Así, mayor población sobrepasaba la oferta de alimentos y la humanidad se hundía nuevamente en el hambre hasta que la escasez desencadenaba nuevamente el siguiente ciclo de aumento de producción, que volvía a desatar un nuevo incremento de la población.

Un siglo después, la ideología de Malthus se desplomó. La innovación en los fertilizantes químicos, así como el surgimiento de un sistema de producción y distribución de suministros global cuyos pilares fueron el ferrocarril y las rutas navieras, hicieron posible disponer de suficientes alimentos donde estos se necesiten. Las técnicas de producción y conservación de víveres, las telecomunicaciones y el libre comercio cambiaron dramáticamente el rumbo de las cosas y la teoría malthusiana de la población se quedó sin piso.

Análogamente, hace 3 años, el Ministro de Política Económica de Ecuador vaticinó que la dolarización estaba condenada, que la magia para sostenerla era imponer dobles tributos a 2.800 partidas de productos importados “para que entren más dólares que los que salen”, y que todo aumento de las importaciones servía únicamente para aumentar el consumo y destruir empleos. Lo que separa a las economías abiertas de las cerradas es esa visión malthusiana. Las economías abiertas interactúan con otras economías alrededor del mundo, mientras que las cerradas no lo hacen. Y cuando decimos interactuar, nos referimos a introducir nuevas instancias de generación de riqueza.

Una economía cerrada no atrae a la inversión ni alienta el comercio. Sin inversión no llega la tecnología y no crece el acervo de conocimiento; y sin intercambio dependemos más de los bienes y servicios que se producen localmente, lo que propicia bajos niveles de competitividad e incrementos en los precios. En una economía dolarizada, hace más daño que bien que un avión o un automóvil, o una computadora, o una podadora o un taladro sean castigados con altos aranceles, sobretasas o estén sujetos a cupos de importación y no se los pueda importar.

Una economía cerrada no es competitiva porque desalienta el emprendimiento y la inversión, y termina quedándose rezagada en los aspectos más importantes para el desarrollo. La apertura comercial es necesaria para el desarrollo, independientemente de que nuestro país sea importador o exportador neto. Qué tan abierta o cerrada esté nuestra economía dependerá de los aciertos o desaciertos de nuestra política exterior y de los acuerdos comerciales con otras naciones. (O)

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