Ecuador, 18 de Mayo de 2024
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El Telégrafo

Duele escuchar gritos tan destemplados y llenos de rabia y amargura. Duelen las miradas llenas de rencor y odio. Duele leer tanta ofensa e insultos en las redes sociales (vuelven a ser una cloaca). Duele sentir que debemos enfrentarnos. Duele no poder conversar y discutir nuestros desacuerdos con argumentos y no con gritos. Duele la agresión y la violencia. Duele tanta manipulación y falsedad en ciertos medios de comunicación. Duele que se quiera sembrar el caos y, lo que es peor, que abiertamente se vuelvan a tocar las puertas de los cuarteles para intentar un golpe de Estado.  

El papa Francisco acaba de decirle al mundo que es necesario “promover una movilización ética de solidaridad con los pobres y un nuevo espíritu de generosidad que apunte a las raíces de la pobreza y el hambre”. Y que una forma de progreso económico más equitativo “puede lograrse por medio de la redistribución legítima de los beneficios económicos del Estado, como también la cooperación indispensable entre el sector privado y la sociedad civil”. Y añade: “específicamente esto involucra desafiar toda forma de injusticia y resistir la economía de la exclusión, la cultura del derroche y la cultura de la muerte”. Es difícil no estar plenamente de acuerdo con el Papa.

Las medidas propuestas por el presidente Correa van precisamente en esa línea. Y todos sabemos que es absolutamente obsceno que el 10%, o menos,  de la población concentre el 90% de la riqueza. Y  es cierto también que no todos estén de acuerdo en redistribuir, voluntariamente, esa riqueza acumulada, en muchos casos de manera ilegítima. De ahí que se hacen necesarias medidas que permitan esa redistribución. Y es ‘normal’ que quienes se sienten afectados por esas medidas se resistan e incluso protesten, más aún si fueron presentados de modo abrupto y confuso.

Pero no debemos engañarnos. Las manifestaciones que se han dado en estos días en Quito y otras ciudades del país, hay que decirlo, no son únicamente por las herencias y la plusvalía, no. Han sido el detonante a la inconformidad, la molestia, y en muchos casos cabreo, de un sector de la sociedad, clase media, que se siente ofendida y agredida. No todos son golpistas, son ciudadanos dignos y decentes. Recordemos que esa misma inconformidad llevó a tumbar a Bucaram, por ejemplo. Las multitudinarias marchas, que no es el caso ahora, fueron en protesta, no solo por una cuestión ética, sino también estética.  

En las pasadas elecciones seccionales, un gran sector de la población envió mensajes claros y sinceros al Presidente, quien, al siguiente día, prometió un proceso de autocrítica y depuración. Pero no fue así. Se ratificaron posturas y equivocaciones. Y todo siguió igual, lamentablemente. Es fundamental en la gestión pública escuchar a la calle. Y repito lo que ya dije el 24 de marzo pasado: es hora de escuchar a la gente. Es hora de la humildad. No cabe la arrogancia ni la imposición. Es hora de reconocer errores. Y rectificar. Es hora de volver a las esencias. Es hora de la renovación, ya no cabe reciclar. Es hora de integrar a nuevas voces y nuevas ideas. Es hora de romper el círculo y escuchar a la calle.

Manifestarse es un derecho legítimo que -incluso- consolida la democracia, pero otra cosa es manipular y confundir para generar el caos y la violencia. (O)

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