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Las sociedades contemporáneas siguen manteniendo una “guerra” santa en contra del consumo de un conjunto de sustancias a las cuales se les asigna la etiqueta de “drogas”.
Sin embargo, el DSM-5, que es el catálogo o diccionario médico sancionado por la Asociación Psiquiátrica Americana (APA) ha determinado que los términos “adicción” o “dependencia” deben abandonarse, puesto que estas expresiones conducen al aislamiento y estigmatización de las personas así calificadas.
La última investigación determina que, precisamente, el aislamiento y la estigmatización social se encuentran entre los factores que más inciden en la “adicción”. La APA prefiere que se use el término de “uso problemático de sustancias”.
Con esto se quiere decir que no es el uso en sí, lo que debe preocupar; sino que ese uso pueda derivar en serios problemas para la vida de las personas afectadas y su entorno. En muchas culturas, existe un uso socialmente aceptado, regular y bien contenido de sustancias, el cual no genera efectos seriamente nocivos en el grupo; mientras que en otros contextos ese uso puede ser peligroso. Los pueblos mediterráneos usan el alcohol con las comidas (el vino, generalmente), sin que ello constituya un “uso problemático”.
En otros contextos un uso incluso menos habitual, puede ser muy dañino. Existen tres criterios para determinar que estamos frente a un uso “problemático”: el primero es que el uso genere efectos serios en la salud de la persona (ejemplo: un enfisema pulmonar), el segundo es que la persona no pueda abandonar la sustancia aun deseándolo, y tercero es que el uso reiterado afecte seriamente la vida laboral, familiar, personal y social del individuo.
A partir de esto, una sustancia solo se considera un tema de preocupación clínica cuando tiene al menos uno de estos efectos en el usuario. Esto implica un radical cambio de énfasis: ya no es la sustancia per se lo que debe ser motivo de intervención, sino los contextos, formas y significado del uso que se hace de ellas. (O)