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El Telégrafo
Werner Vásquez Von Schoettler

Dos años y más y Quito sin rumbo

27 de junio de 2016

La administración de la capital es un claro ejemplo de aspirar a un cargo público, lograrlo y echarse al abandono. Más de dos años después del triunfo del discurso político light, de que eso de ser de izquierda o de derecha importaba poco, de que las multas eran exageradas, de que en Quito había demasiada estrictez en el manejo de los espacios públicos, de que tener un color no servía para nada y que mejor era ser de todos los colores, de todos los bandos para lograr un Quito de todos; todos juntos, sin importar diferencias ideológicas y políticas y un largo etcétera.

Y ahora vemos los resultados: un Quito mediático, de show, de pintadas de bordillos, de pintadas de pasos peatonales, de publicidad en radios, que han sido calificados de “municipalistas”; de periodistas que buscan construir una imagen pública de que la ciudad realmente está cambiando; pero la cruda realidad nos demuestra que la misma está en el abandono. Se ha dicho que casi todas las calles de la ciudad han sido intervenidas pero basta preguntar a cualquier habitante de cualquier parte de la ciudad para que niegue y reniegue de esas afirmaciones.

Las calles son un ejemplo del descuido de la urbe; de la falta de capacidad para administrar la ciudad, sus recursos; falta de capacidad para planificar; otro ejemplo: el metro o los Quito cables; es decir que solo en el ámbito de la movilidad, la ciudad es ejemplo de la habilidad de una administración para sumirnos en la modorra cotidiana; de pocos cambios y mucha pintura para fantasear con una metrópoli prometida que nunca llega, y seguramente nunca llegará. ¿Será que soportamos tanta incapacidad hasta el 2019? Todos pagaremos el costo del atraso y la inoperancia; la ciudad habrá perdido años en avanzar como polo de desarrollo; y peor aún tendrá que remontar el tiempo perdido; y no se diga los millones de dólares que cuesta y nos costará años de ineficacia actual. Bueno, esta es una gran lección de lo que es votar por buenos spots televisivos, buenas cuñas de radio, bonitos combinados de colores; votar por el Quito de las élites, de la señorial ciudad, de reinitas, de primeras damas, de las fundaciones, de la caridad, de la beneficencia, de las dádivas y misericordias; o sea, precisamente de aquello que no es la mayoría absoluta de quienes viven en la capital.

Cientos de barrios sin legalizar, sin poder acceder a los servicios básicos, reducción del espacio público y la consecuente reducción de la dimensión cultural. Esto es un claro ejemplo de cómo el neoliberalismo es ejemplar en conquistar votos pero pésimo para administrar por el bien de las mayorías. Esas son las nuevas camadas de neoliberales populistas, como de votantes que responden bien a los encuestadores y marketineros que venden eso de que el candidato: “cae bien o cae mal” y punto; gana o pierde. La política reducida a pretextos, a engaños, a espectáculo, a bonitas sonrisas de dientes perfectos y blancos.

La política y los votos reducidos a mercancías. Y lo peor de todo, a pesar del rechazo mayoritario a una administración pésima, el silencio parece reinar: el voto vergüenza de reconocer que se eligió mal y que “tocaff” aguantarse. No es mala suerte, sino elegir mal; el no darse un poquito de tiempo para pensar por cuál programa de gobierno, sea nacional o local se vota; y solo andar apresurados, ansiosos en conocer el nombre del candidato. Ojalá aprendamos la lección. (O)

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