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El Telégrafo
Ximena Ortiz Crespo

Disciplina positiva

04 de junio de 2022

Durante mucho tiempo se consideró un medio eficaz e incluso necesario para educar a los niños, pero cada vez más las investigaciones revelan que el castigo físico produce resultados negativos en el desarrollo –comportamiento antisocial, depresión, afecciones cerebrales y de salud mental–. Muy pocos países se han hecho eco de los continuos llamados de los organismos de protección a la niñez para prohibir esta práctica. El Ecuador no está entre ellos. De hecho, en un país sacudido por la violencia, la Asamblea Nacional se ha negado a tratar la prohibición –que es parte del nuevo Código Orgánico para la Protección Integral de Niñas, Niños y Adolescentes (COPINNA)–. Es urgente cambiar las leyes y la cultura pues muchos siguen considerando al castigo corporal como una forma aceptable de educar.

 

Saber que nuestro país no se adhiere a la Iniciativa Global para Terminar con Todo Tipo de Castigo Corporal, nacida en 2019, es constatar la apatía que manifiesta la Asamblea para tratar asuntos que son cruciales para el crecimiento de nuestros niños y niñas. Cuando veo cicatrices en la cara de los pequeños me pregunto: ¿dónde están los legisladores y legisladoras que podrían iniciar el cambio cultural necesario para erradicar la violencia familiar?

 

La misma sensación de frustración y dolor tengo cuando oigo a mis estudiantes hablar de que sus padres los han agredido. Estos relatos me causan una reacción repentina que debo cuidar por la importancia que tienen mis aseveraciones en el aula. Sé que no puedo poner a los chicos contra sus padres. Soy consciente de que los padres tienden a usar los mismos métodos de crianza con sus hijos que los suyos usaron con ellos. Estos métodos están profundamente arraigados y tienden a ser aceptados como “naturales”.

 

El tema del castigo corporal –aunque fuera en una simple conversación– debe tratarse con tino. No puede volverse un sermón de condena. Resultaría desacertado decirles que lo que sus padres hacen es una falta contra la dignidad, un abuso de poder y que lo único que hace es reprimir momentáneamente un comportamiento que los padres consideran inapropiado. Por ello, es necesario encontrar el tiempo en clase para explicar a los estudiantes que golpear a un infante tiene efectos secundarios. Mostrarles cómo los niños pequeños, a pesar del castigo, normalmente repiten el mismo comportamiento. Y explicarles que los padres, para educar, deben cambiar el entorno, poner al menor en una situación diferente y, sobre todo, reprender con serenidad y sin violencia.

 

El tratamiento de este tema es crucial en el aula. Conocemos que el castigo corporal produce efectos secundarios inmediatos, incluso si no se producen moretones ni heridas, pero los efectos a largo plazo son aún peores: 1. Aumenta la agresividad del niño o niña hacia sus compañeros, hermanos y, a menudo, hacia sus padres. 2. Se instala el miedo hacia sus progenitores y, como consecuencia, el/la infante se distancia de ellos, por lo que se vuelve menos efectiva su guía. 3. Interfiere con la posibilidad de que el menor resuelva los problemas que se le presenten. 4. El miedo a los padres hace que el pequeño se vuelva taimado, mienta y sea menos propenso a admitir sus errores. Todo lo cual resulta especialmente grave cuando se convierte en un adolescente díscolo o en un adulto que se rehusa a aceptar la autoridad.

 

Es difícil de creer, pero los pediatras afirman que aproximadamente el 25% de los neonatos de 1 a 6 meses y el 50% de los infantes de 6 a 12 meses reciben nalgadas para disciplinarlos. Los bebés son demasiado tiernos para entender la razón de los castigos, y estos solo les causa confusión y miedo a sus padres.

 

¿Cómo educar respecto al castigo físico a chicos que han sido maltratados? ¿Cómo evitar que juzguen a sus progenitores cuando ellos permanecen todavía en casa de sus padres? Para mi manera de ver, mostrándoles que es una tara cultural que se debe cambiar, y promoviendo su autonomía haciéndoles ver que deben lograr ser cada vez más independientes.

 

El castigo físico –según dicen los investigadores– está asociado a mayor agresividad, menor rendimiento intelectual y baja autoestima. El año pasado, un estudio publicado en The Lancet, concluye que el castigo físico no solo es perjudicial para los niños, sino que empeora su comportamiento en lugar de mejorarlo. La agresividad, el daño intencional a otros, el volverse desafiante, el comportamiento antisocial (como la destrucción de propiedad, la mentira y el robo) no se componen con el castigo físico. Las víctimas tienen más posibilidades de abusar físicamente a sus hijos o a su cónyuge cuando adultos. Los hallazgos de la investigación respaldan los esfuerzos en curso para ayudar a los padres a usar métodos de crianza más positivos y para urgir a los Estados a prohibir expresamente con leyes el uso del castigo físico contra los niños, niñas y adolescentes.

 

Es indispensable romper el ciclo de la violencia haciendo que nuestros estudiantes sean conscientes de las conclusiones científicas. La crianza y educación positivas orientan el comportamiento de los menores para ser personas de bien, promueven el respeto a sus derechos a un desarrollo saludable, a ser protegidos contra la violencia, y a tener padres que participen en su aprendizaje y los cuiden reconociendo sus habilidades innatas. Solo así se pueden construir relaciones sociales basadas en la cooperación, la consideración y la empatía.

 

La disciplina positiva no es permisiva y no se basa en el castigo. Significa autodisciplina, no violencia, autoestima, dignidad. Al aprender sobre esto, los chicos, cuando sean padres y madres, podrán educar a sus hijos para la vida. Es urgente que la Asamblea trate el COPINNA. Es una tarea que la Comisión Especializada Permanente de Protección Integral a Niñas, Niños y Adolescentes debe cumplir imperativamente después de tres años de posponerla.

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