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El Telégrafo
Werner Vásquez Von Schoettler

Diálogos ciudadanos: La democracia y sus adversarios

14 de septiembre de 2015

Grandes lecciones van dejando los diálogos ciudadanos, entre esos la necesidad de amplificar el sinnúmero de voces ciudadanas y la capacidad de escucharnos en sociedad. El Ecuador ya no es el país de hace ocho años. El ejercicio de la política ya no es el mismo. La lógica de lo estatal ya no es la misma. El sentido de lo nacional se ha diversificado y lo local, los territorios, ya no son la periferia de las centralidades. Estas transformaciones, estos cambios, han modificado el rostro del Ecuador. No hay duda de que las condiciones de vida han mejorado para las mayorías. Pero también es claro que ciertas élites no ven con buenos ojos los avances hacia una sociedad más justa y equitativa.         

Las élites conservadoras, de vieja raigambre hacendataria, han tomado la iniciativa de proponerle al Ecuador un retorno a la vieja democracia neoliberal. Un retorno al viejo Estado patrimonial. Un regreso a una sociedad estamental y de castas. Le proponen a la clase media un falso reconocimiento, un falso prestigio con el objetivo de que se distancien de los sectores populares y emulen el comportamiento elitista para contener la movilidad social. El conservadurismo ha movilizado su maquinaria mediática para invisibilizar los diálogos. Recrea escenarios de la década de los noventa. Reviven portavoces que fracasaron e hicieron fracasar al país. Proponen terminar con los subsidios y que el país se entregue otra vez al FMI.  

Han perdido la vergüenza y la compostura histórica. Buscan proyectar su intencionada amnesia política sobre el tejido social, sobre todo en lo local, en los territorios. Le apuestan a desarmar la Constitución, a deslegitimar el orden constituido. Temen profundamente que los diálogos se conviertan en escenarios constituyentes. Que de ellos provenga un nuevo estado de legitimidad. Los propios resultados de los diálogos dan cuenta de que la sociedad está en un largo giro no solo político sino ideológico. Que la sociedad le apuesta a la crítica al propio Estado y su accionar pero a la vez busca que el proyecto político vigente continúe.

Es un escenario complejo, rico en matices y lleno de desafíos. La sociedad ha pasado de querer más política pública distributiva a demandar más reconocimiento y redistribución. Y a buena hora que es así porque denota que el tejido social está fortalecido, y que pensar la política ya no pasa solamente por la centralidad de lo nacional sino por los territorios.

Los diálogos cuestionan, de hecho, la propia existencia y funcionamiento de los movimientos sociales y políticos: su capacidad de representar y movilizar lo social. Los diálogos son una gran pedagogía del aprendizaje de que la política, la acción social y la democracia se construyen con y en disensos. Una gran lección contra cualquier forma de dogmatismo y empirismo político, un aviso de los peligros de burocratizar la política y una exigencia de que el proyecto político debe seguir cumpliendo sus cometidos históricos de izquierda. (O)

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