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El Telégrafo

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Antonio Quezada Pavón

¿Descalifica la infidelidad matrimonial a un político?

17 de septiembre de 2015

La ingenua y entrecortada declaración de desagravio para justificar  un “momento de debilidad” ante una voraz “ofrecida” grabada en un video por un concejal quiteño trae a colación el tema de cómo lidiar con la infidelidad, a veces muy flagrante, de nuestras autoridades y políticos.

Harry Truman, famoso expresidente de Estados Unidos de Norteamérica, afirmaba que él nunca contrataría a una persona que hubiera engañado a su esposa (por alguna razón solo se refería a los varones infieles). Lo justificaba diciendo: “Usted sabe, si un hombre miente a su esposa, me mentirá también a mí. Si es capaz de romper el juramento nupcial, será capaz de romper el juramento a su servicio público”. Es difícil argumentar la lógica de Truman. ¿Confiaría usted en una persona que engaña a su pareja y rompe su juramento matrimonial? Es difícil hacerlo. Los servidores públicos, especialmente los de elección popular, juran ante la Constitución, defender la ley y la patria.

Bueno, cuando uno se casa, jura ser fiel y leal en la enfermedad y la salud, en la pobreza y la riqueza, hasta que la muerte nos separe. En adulterio, se rompe este juramento.

Por otro lado, asumamos que la sociedad es compasiva, por lo cual estamos dispuestos a considerar ciertos ‘atenuantes’: ¿Hizo este político todo lo posible para honrar su matrimonio? Y si realmente fue infiel, ¿ha demostrado evidencia clara de genuino remordimiento y arrepentimiento? A pesar de que la infidelidad es lo más fácil de perdonar en la vida real, tenemos que aceptar que los devaneos extramaritales simplemente no suceden por generación espontánea. Los adúlteros siempre buscan la llave, abren la puerta y entran en esa intimidad con total decisión.

Los adúlteros son gente que se dejan llevar más por sus apetitos que por las posibles consecuencias. Es por eso que  en el sentimiento más profundo de los ciudadanos está la duda de que si un político carece de la fibra moral para honrar significativamente su promesa a su propia esposa, hijos y familia, cómo podría mantener las promesas hechas a sus electores o conciudadanos.

Infidelidad marital en un político es un trágico ejemplo de ruptura de confianza  y digno de ser sujeto de investigación moral por los votantes; sin embargo, no lo descalifica automáticamente para el puesto que ha sido electo. Pero debe ser motivo de preocupación para los electores que necesitan una explicación con franqueza y humildad. Va más allá de una ridícula grabación de video que enloda la hombría de bien al poner en los hombros de la mujer toda la carga de la falta. Y aquí no sirve la vieja proposición: “Negar es padre y madre”. Tiene que estar y lucir arrepentido, muy diferente de aquel cuyas maniobras nos sugieren un modelo de engaño e inhabilidad para aceptar su propia responsabilidad en sus acciones. Ningún elector, ningún matrimonio, ningún político es perfecto; pero siempre quisiéramos que nuestros líderes sean lo más fino y confiable en el servicio público. (O)

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