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En un primer nivel de consciencia, somos animales, y no es malo ni peyorativo, es necesario para sobrevivir y para defender la vida de los nuestros y la existencia misma de nuestra especie. En ese nivel de consciencia nuestras preocupaciones básicas son el territorio, las crías, la alimentación. No mucho más que eso. Este nivel es necesario para defendernos y proteger a nuestras familias y clanes. Sin embargo, si se activa a destiempo, o si no logramos salir del todo de él en edades en que ya no procede continuar ahí, su sombra es la agresividad y puede ser altamente peligroso: es lo que se activa en la mayoría de guerras, que son todas por recursos, aunque se proclamen peleas por las más nobles causas imaginables.
En un segundo nivel está el infantil. Aquí lo único que queremos es jugar y divertirnos, probar nuevos juguetes: carritos, muñecos, X-box, iPods, tablets, autos, personas. Todo está ahí para que podamos divertirnos. Parecería algo de edades tempranas, pero todos tenemos por lo menos un juego que nos distrae en las horas muertas en nuestros teléfonos inteligentes o en nuestras computadoras. Eso, obviamente, no es nada malo. Lo malo es cuando en ciertas edades seguimos manteniendo el egocentrismo de los niños, cuando queremos todo para nosotros, nada para compartir, y reclamamos constantemente la atención de los ‘adultos’ en nuestro entorno.
Un tercer nivel sería el de la adolescencia: una confianza ciega en el amor y en las experiencias fuertes que se buscan en estas etapas. El romanticismo tanto a nivel de búsquedas afectivas como de búsquedas de experiencias fuertes y al filo del peligro. Coqueteos con conductas autodestructivas y con experiencias que nos pongan tanto en éxtasis como al filo de la navaja.
El cuarto nivel es el del adulto egoísta o egocéntrico. Lo quiere todo para él: dinero, poder, sobre todo lo primero. Piensa en atesorar más allá de que le importe o no el resto de sus congéneres. Y en el fondo siente que, si puede tenerlo todo a costa de que nadie más tenga nada, el problema no es de él. Con frecuencia se alía con el nivel animal y propende a acciones cercanas al horror: ¿se acuerdan, por ejemplo, de cuando un poco de gente en carros de lujo iba a darle una ‘bienvenida’ al Presidente a su regreso de Europa a mediados del año pasado? ¿Qué era lo que en realidad pretendían? Difícil saberlo sin que nos venga a la mente el recuerdo de la Hoguera Bárbara o algo parecido.
Ahora la protesta es airada y violenta por temas similares, y otros más cuestionables. Tal vez están en ese mundo del adolescente romántico cuya sombra se exacerba ante el impedimento de seguir experimentando con sustancias. Y tienen cientos de buenas razones para justificar sus actitudes.
Los niveles superiores a estos: el adulto altruista con consciencia social, el nivel solar, el cósmico o el que pretende acercarse a la divinidad para desarrollar su espíritu todavía están demasiado lejos de nuestro alcance como para referirnos a ellos. Pero bastantes muestras tenemos de los otros en nuestro entorno, y más todavía: de que sus más conspicuos representantes difícilmente ascenderán un poquito más. (O)