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El Telégrafo
Ramiro Díez

Historias de la vida y el ajedrez

Desamor de madre

Historias de la vida y el ajedrez
11 de diciembre de 2014

En algún lugar de EE.UU., en el siglo XIX, una familia adinerada y culta hablaba francés y algo de griego, leía a Shakespeare y tocaba el piano. La única y bella hija de aquel hogar perfecto se llamaba Flora y todos la imaginaban convertida en diosa en pocos años. Pero sufrió una extraña enfermedad que la dejó casi enana, encorvada, calva y medio ciega.

Y psicológicamente quedó peor: se volvió racista, con un odio explosivo a todo aquel que tuviera la piel un poco más oscura que la suya. Flora fue tan obsesiva en su racismo que incluso le hizo la vida imposible a su familia blanca, la cual terminó echándola de su propia casa. Convertida en buscavidas, Flora se ganaba el pan enseñando piano y, para su desgracia, conoció a un estafador que se decía médium y astrólogo.

La pareja, entonces, se dedicó a embaucar incautos, leer el destino ajeno en los astros, llevar y traer mensajes para los muertos. Así vivían muy bien. Y una noche, con el planeta Venus alineado con Marte, es decir, en una fatal combinación de amor y guerra, Flora quedó embarazada. Pero esta vez constelaciones y planetas le jugaron una mala pasada y no revelaron sus secretos: ella, que leía en los cielos el futuro de los demás, nunca adivinó que su esposo, el médium astrólogo, la iba a abandonar al enterarse de su nuevo estado.

Y nació un niño que casi la mata en el parto. Desde entonces experimentó un profundo odio hacia la criatura. Para librarse de esa tragedia llorona de cinco libras, lo entregó a una sierva negra para que lo alimentara. Todo un castigo de los dioses. A los diez años, el niño trabajaba desde antes del amanecer y hacía turnos hasta de 36 horas. “Ahorré 5 dólares para comprar un barco de juguete que costaba 8. Ese era mi sueño. Mi madre me quitó el dinero. Ella, la ricachona, me obligó a vivir en la miseria. Nunca la perdonaré. Ese día quise matarme”.

Después, Flora se casó con un hombre cariñoso pero de personalidad débil, que le dio el apellido al bebé. Y era tan cruel que obligaba al padrastro a castigar físicamente al niño. Entonces ambos, niño y padrastro, se abrazaban para llorar juntos. Ese niño se llamó Jack London, el gran escritor norteamericano. Cuando se hizo socialista, un grupo religioso norteamericano decidió quemar sus libros.

Años después, los nazis hicieron lo mismo en Alemania. “Mi niñez despiadada y mi vida de vagabundo me hicieron escritor. Cambiaba historias dramáticas por comida. Así aprendí el oficio”.

En ajedrez, también, olvidarse de las damas y asimilar los golpes pasados -aunque sin tanto sabor amargo- abren el camino de los nuevos triunfos.

1 DxC! +    RxD
2: P8D = C y gana.

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