Tanto en el Ecuador como en otros países la situación de los derechos humanos es todavía precaria, esto pese a que en las últimas décadas se han dado avances notables en la perspectiva de comprender la real dimensión del tema, como en la de ejecutar políticas y acciones concretas, por ejemplo, para disminuir la pobreza y avanzar en equidad, sobre todo, gracias a compromisos establecidos en pactos internacionales, cambios constitucionales y a políticas públicas progresistas.
En esta materia inciden factores positivos y negativos, entre estos últimos están los gobiernos antidemocráticos y totalitarios, prácticas deleznables en el comercio mundial, fuga de capitales a paraísos fiscales, robo de fondos públicos, delincuencia transnacional, narcotráfico, migración forzada.
Nuestro país no está a salvo de estos males, por lo que con base en una conciencia cada vez más universal apremia levantar la bandera de los derechos, que es también la de la dignidad.
Pienso que pronto “todos los caminos nos conducirán a la lucha por los derechos”, desde diversas culturas y cada vez con más fuerza, porque prácticamente la necesidad de superación del conjunto de cuestiones que ahora amenazan y preocupan a la humanidad nos obliga a sintonizar con un pensamiento universal virtuoso para potenciar los derechos como exigencia del presente y sustento del mañana inmediato.
En efecto, la suma de irracionalidades del atribulado mundo en que vivimos tiene que conducirnos a un encuentro –este si racional- de ciudadanos, pueblos, empresas y gobiernos, orientado a enseñar que los derechos cristalizan la dignidad, que aquellos hacen carne de la condición humana como correlato de la vida en la diversidad.
El ideal de dignidad nos hace avanzar e interpela acerca del camino que han de recorrer nuestra raza, la naturaleza y las demás formas de vida. La dignidad humana es punto de llegada innegociable de las generaciones actuales y venideras. (O)