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El Telégrafo
Antonio Quezada Pavón

Demostraciones

02 de julio de 2015 - 00:00

“Muy parecido al sexo, la actividad que combina experiencia corporal  e intensa emoción a su más alto nivel es la participación en una manifestación de masas al momento de su máxima exaltación.  A diferencia del sexo, que es esencialmente individual, las demostraciones son por naturaleza colectivas; y el clímax sexual por su lado, cualquiera que sea su valoración por los hombres, es limitado, mientras que una demostración puede prolongarse por horas. Por otra parte, muy similar al sexo que implica algún tipo  de acción física, las demostraciones demandan de marchas, gritos de eslóganes, canciones, a través de las cuales el involucramiento del individuo en la masa, que es la esencia de la experiencia colectiva, encuentra su expresión”. Esta es la muy peculiar descripción de las protestas callejeras del historiador Eric Hobsbawm en su libro Tiempos interesantes: Una vida del siglo veinte.

El término demostración ha sido usado desde el siglo 19 y en efecto se acuñó el nombre de ‘concentración monstruo’ debido a las inmensas asambleas convocadas por los que protestaban bajo el liderazgo del político irlandés Daniel O’Connell, llamado el Libertador, por su lucha por la emancipación católica de Irlanda. Es una forma de activismo que toma la figura de una marcha o de un mitin. En consecuencia, se demuestra que algún tipo de opinión puede ser significativa mediante la congregación de una multitud asociada a dicha opinión. Se usa para expresar un punto de vista (a favor o en contra) acerca de un tema público, especialmente relacionado con una percepción de agravio o de injusticia social. Por supuesto, una demostración tiene éxito mientras más gente congregue.

Lo anterior es suficiente para que entendamos el valor político que tiene una marcha y por qué brinda a la gente una satisfacción colectiva e individual. ¡Qué simple es provocar la tormenta política perfecta! Solo es necesario dar a un grupo, que ya es activista de la oposición, una poderosa herramienta que les permita convocar alrededor de causas como “la defensa del patrimonio familiar” y aun “la preservación de la familia ecuatoriana” a una multitud que ya extrañaba lo excitante de protestar. Y el tema de las marchas, que originalmente se inicia con la oposición a dos leyes aparentemente ‘confiscatorias’ e ‘impopulares’ deriva en una protesta grosera e irrespetuosa que pide ahora la salida del Presidente, con una clara manifestación antidemocrática que es  volver al pasado.

El daño está hecho. Se impone la cordura y madurez. Hay suficiente inteligencia, estrategia y juventud en la Revolución Ciudadana para realizar el cambio que definitivamente este Gobierno necesita encarar. Las condiciones han cambiado desde 2007. Las encuestas indican un pequeño deterioro en la aceptación de la gestión presidencial; pero su credibilidad y, en mucho, su actitud y carácter tienen una percepción disminuida. Y es que ocho años no pasan en vano. Lo que era novedoso al principio de este gobierno: su beligerancia, irreverencia e informalidad, ya se volvió una rutina. Y cualquier desliz gubernamental es duramente criticado,  sin tomar en cuenta (por lo menos, no con la debida importancia) la gran obra realizada y los profundos e irreversibles cambios sociales y económicos conseguidos. Creo que estamos a tiempo de remozar nuestra Revolución Ciudadana, pero son necesarios muy grandes sacrificios políticos y personales. (O)

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