Es claro que diez años de gobiernos “progresistas” en la región no sirvieron para fortalecer la democracia, ni los liderazgos, ni el recambio generacional, ni sentaron las bases del estado de bienestar.
Al contrario, los ecuatorianos enfrentamos los resultados de una crisis que afecta a las personas, las instituciones y que políticamente fortaleció el viejo esquema del líder único.
Figuras sin las cuales se muere el partido, la democracia y el país, cuyo retorno se añora, se siente, se llora; porque nos han vendido la idea de que “solo el pueblo salva al pueblo” cuando de lo único que se trata es de tener el poder.
En la historia de Ecuador, tres outsiders, cada uno en su momento, nacen de las crisis, con un abrumador respaldo popular, pero terminan derrocados o perseguidos.
Bucaram, sus exilios y retornos. Gutiérrez y su presurosa salida de Carondelet. Correa luego de diez años, con su vicepresidente preso y juicios por corrupción. Tres figuras, que en diferentes períodos usaron la misma estrategia: crear un enemigo. La oligarquía, los forajidos, la prensa corrupta. Tres figuras con el mismo símil, ser los salvadores del pueblo.
Queda claro que el populismo es un asunto en el que llevamos más de treinta años y como sociedad no hemos aprendido, pues damos cabida a los mismos actores de tres décadas, reviviendo, liderando partidos, tomándose instituciones, haciendo opinión pública y alianzas para mantenerse en el poder. Y precisamente lo antidemocrático de esos líderes origina los brotes de extremismo de izquierda o derecha.
En el nombre del pueblo, sus salvadores no solo se han mantenido en el poder, real o formal, han establecido esquemas de corrupción, han atentado contra la República y la independencia de sus funciones; y han usado la justicia para perseguir. Todo esto mientras el pueblo vive las mismas condiciones de desigualdad. (O)