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El Telégrafo
Alfonso Monsalve Ramírez

Democracia e información

02 de enero de 2016 - 00:00

El antropocentrismo que domina esencialmente el pensamiento humano desde los albores de nuestra cultura –el hombre es la medida de todas las cosas–, reduce nuestro concepto de información a la forma particular como nuestra especie intercambia noticias acerca de su entorno natural y cultural, a fin de alcanzar objetivos limitados a su esfera vital y existencial. Una corriente de pensamiento cuyo arranque fue la formulación de la Teoría matemática de la información (C.E. Shannon: 1948), cuyos principales enunciados están en la raíz de la actual revolución de las comunicaciones, ha desarrollado la visión de la información como uno de los principios, con la entropía como opuesto dialéctico, que rigen la existencia del universo y su movimiento eterno, trastornando todos los fundamentos epistemológicos, gnoseológicos y filosóficos de nuestra manera de concebir la realidad y la existencia, incluyendo nuestra existencia como especie particular surgida en un pequeñito rincón del cosmos (A. Monsalve Ramírez: 2003; J. Campbell: 1982; Alfred G. Smith et al.: 1984).

En esta visión, la información es el principio que ordena el caos y disminuye su incertidumbre, y su expresión más concreta es la energía de señales: la que aplica el profesor cuando, sin mover literalmente un dedo, ordena a los alumnos cambiar la disposición del salón de clase, poniendo en acción energías subsidiarias que en minutos transforman ese escenario, y también la que mueve al dron que transporta y dispara el misil nuclear armagedónico.

La energía de señales explica el tremendo poder de la información que hoy maneja el mundo, más que la política, más que el dinero, hoy meros dispositivos guiados y en último término manipulados por la poderosa maquinaria informativa de los medios de comunicación. Y que, inaudito, son propiedad de un puñado de individuos que los utilizan como todo lo que ellos han creado: como negocio, como el gran negocio de sostener el mundo de los negocios que es el capitalismo.

Si un individuo se dedica a difundir insidias y calumnias contra su vecino hasta lograr que el vecindario termine agrediendo y hasta eliminando a la víctima, se le señalará y se le juzgará como criminal. Pero si lo hace a través de un periódico o de un canal radial o televisivo, su acción se transforma en libertad de expresión. No es imaginación: esa libertad de expresión divulgó el infundio de un gobernante que ocultaba armas de destrucción masiva, y con tal respaldo informativo se lo asesinó, desatando en su país un genocidio continuado que no termina.

Nuestra concepción de democracia se basa todavía solamente en el poder político y en el poder económico. Para forjar una democracia real tenemos que empezar por la base principal del poder actual, político, económico y social: el poder de la información.

Tiene razón Macri cuando comienza por desmantelar los intentos de crear una nueva información social. Ciertamente es una amenaza para su clase social y el caos que ella ha creado. (O)

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