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El Telégrafo
Fander Falconí

Cuando la realidad supera a la ficción

07 de septiembre de 2016 - 00:00

Parecía un cadáver desenterrado, cubierto de tierra de la cabeza a los pies y con partes ensangrentadas. Pero estaba sentado y su cabeza estaba erguida. El niño de 5 años no lloraba ni hacía ruido. Aunque ya estaba en una ambulancia y había sido rescatado, observaba el silencio y la inmovilidad como le aconsejaron sus mayores, para no ser víctima de los rebeldes que suelen rematar a tiros a los heridos. El pequeño se llama Omran y se salvó, pese a sus heridas serias, aunque su hermano de 10 años falleció.

La escena proviene de Alepo, el puerto principal de Siria, país golpeado por una guerra civil alimentada por fuerzas extranjeras. Cuando Estados Unidos, mediante la CIA, armó hace años a un ejército rebelde encargado de derrocar al régimen sirio, no midió las consecuencias. Ya le había pasado lo mismo en Afganistán, cuando armó a un grupo extremista contra los soviéticos y esa misma red, Al Qaeda, se volvió contra sus creadores, cual moderno Frankenstein.

La CIA no aprendió nada de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. Volvió a caer en lo mismo. Armó al Estado Islámico (ISIS) contra una de las pocas repúblicas de los países árabes, Siria, con el beneplácito de la monarquía absoluta saudita. El régimen de Damasco no cayó y más bien los rebeldes empezaron a ejecutar a ciudadanos de Estados Unidos y de Europa occidental.

Paradójicamente, Rusia está enmendando el error estadounidense, atacando al Estado Islámico. A su vez, se convierte en otro actor intervencionista. La prensa occidental sigue linchando al Gobierno sirio, acusándolo de violaciones a los derechos humanos. Poco dicen del ISIS, a menos que ejecuten occidentales. Al ISIS no pueden acusar de golpear a sus prisioneros, pues los matan, sin más ni más.

Un país con una historia registrada desde hace miles de años, es víctima de la irresponsabilidad de las grandes potencias. En Europa se escandalizan por la inmigración, sin detenerse a examinar sus causas. Los sirios que tratan de llegar a Europa no lo hacen por ganar más, huyen por su vida. Escapan de la guerra en ciudades bombardeadas, sin luz ni agua, con 40 médicos para 250.000 personas (Alepo).

La realidad supera a la ficción. La serie estadounidense Homeland (de Netflix, adaptada de una miniserie israelí) muestra apenas una parte de lo que está ocurriendo a diario en Afganistán y Pakistán, por un lado, aunque hace hincapié en lo ocurrido antes en Irak y en otros países árabes. Una guerra cruenta y costosa para todas las partes. Una intervención sofisticada con alta tecnología, bombas ‘inteligentes’ y drones. ¿Puede una bomba ser inteligente?

La serie también habla de cómo la guerra en los países musulmanes, alimentada por países que se consideran cristianos, está rebotando y llegando a Estados Unidos y Europa. Pese a la crudeza de la serie Homeland y de cierta autocrítica antiestadounidense, lo que ocurre hoy en Siria es mil veces peor. (O)

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