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El Telégrafo
Orlando Pérez, Director de El Telégrafo

Cuando Andrés me pidió ayudarlo para ser ministro de Rafael Correa

17 de abril de 2016 - 00:00

Era la época en que colaboraba con varios medios “freelanceando”. Trabajaba a destajo, como diría un apreciado colega. Cumplía los encargos con un frenesí que ahora extraño: “entrevista a fulano”, “hazte una crónica sobre yoga”, “viaja a tal parte y cuenta de qué vive esa gente”, etc. Y de verdad que lo hacía con gusto y con alguna emoción por no depender de un horario, del cierre o de la presión de una agenda definida en un consejo editorial o en algún directorio empresarial.

Y así llegó la orden: “Entrevista al nuevo director del partido ‘naranja’”. Fui a su oficina. Subí las gradas de un edificio un tanto desolado, que había perdido el bullicio y ese aroma de multitud. Me recibió muy gentil y afectuoso, como si una larga amistad nos hubiera precedido. Ahora puedo confesar que una buena colega me aconsejó hacerle ciertas preguntas porque lo conocía de cerca, ya que era amiga de su esposa en aquella época. Hablamos de fútbol, pasamos revista a los asuntos políticos del momento entre anécdotas y alguna que otra referencia al nuevo gobierno. Era febrero de 2007.

Unos días antes, el 26 de enero, había vencido a su contrincante en las elecciones internas de su partido con 101 votos. Esa elección reveló pugnas internas muy fuertes, cargadas de virulencia verbal y de algunas sospechas de manejos irregulares en el proceso. Ninguno de los dos candidatos, pasada la elección, quiso profundizar en el tema. “Ya es mejor dejar todo ahí”, me pidió cuando le hablé del tema. Claro, las barras y los seguidores de los dos bandos se dijeron cosas muy duras como para ser compañeros del mismo partido. De hecho, quedó en el ambiente el mismo día de la votación una consigna que no olvidaré: “Izquierda sí, derecha no”. Eso repetían unos 50 simpatizantes del candidato Ramiro G. Junto con ellos, otros 50 respondían: “Andrés, amigo, el pueblo está contigo”. Ese mismo día murió un afiliado de ese partido, Diego González, producto de un infarto en la misma Latacunga donde se habían concentrado los militantes para los comicios. Hasta esa muerte desató pasiones irracionales porque no tenía nada que ver con el proceso electoral en sí.  

Ya para entonces se predecía la defunción de ese partido por lo ocurrido en esa elección, por los problemas económicos, por las disputas personales, por las diferencias políticas e ideológicas. Había cumplido un ciclo y el propio Andrés señaló que haber estado en el poder desgastó al partido porque la gente ocupó cargos públicos y se descuidó del ejercicio partidista, además de las ambiciones propias de algunas personas que ocuparon los cargos y otras que aspiraban a los mismos.

En esa entrevista (publicada y en la que se puede corroborar lo dicho aquí) me confesó que el día que ganó las elecciones para dirigir el partido ‘naranja’ recibió una llamada de Rafael Correa para felicitarlo por la nueva designación. Además me comentó que en la misma llamada le pidió al flamante Presidente una cita para “conversar largo”, “abierta y transparentemente, sin entrar por la cochera, porque tengo cosas que decir y proponer” (curioso lo de la cochera porque Ramiro ha dicho que Andrés buscó entrar al gabinete por la cochera).   

En esa misma entrevista, a la pregunta de si él “quería apoyar a Correa”, respondió: “Siempre”. Y acotó: “Es un líder cargado de buenas intenciones, emociones y contenidos cristianos, que son una fuerza en él. Cuenta con un compañero absolutamente transparente, Lenín Moreno”.  

Y como ocurre generalmente en este tipo de entrevistas, el diálogo posterior, el off the récord, permite a los interlocutores abrirse, adquirir más confianza y decir cosas que no necesariamente pasan al escrito. Ahí surgió la propuesta, que al principio me sorprendió; no la tomé a mal ni mucho menos me pareció descabellada, pero quedó claro que yo no hacía ese tipo de favores, ni daba ese tipo de mensajes a quien había llegado a la Presidencia con un equipo político muy bien estructurado, con una senda clara de lo que quería y con los tiempos ajustados. Me dijo, palabras más, palabras menos: “A mí me gustaría colaborar en el gabinete; si puedes, dame una mano y habla con Correa, bien podría ser en el Ministerio de Bienestar Social...” (mucho tiempo después supe que yo no había sido el único. En las páginas de este Diario otros actores políticos han dado su testimonio del mismo pedido, quizá con mejores motivos y hasta cercanía al Presidente. Y sus adversarios políticos también han testimoniado esta clase de solicitudes).

Nos despedimos afectuosamente, con la cordialidad propia de quienes se hablan con sinceridad y muchos gramos de respeto. En ese tiempo yo no era terrorista ni nada parecido para él, como ahora me califica en cada intervención de prensa, donde me amenaza e injuria, cosas que solo quedarán para la historia y en su conciencia.

Entiendo la lógica y dinámica de la disputa política. Como alguien dijo: “En política hasta se tuesta granizo”. Y muchas veces lo que ahora es naranja mañana es verde y viceversa; quienes eran tus amigos pasan a ser adversarios virulentos. Pero algo más: quienes ejercemos el periodismo con responsabilidad, profesionalismo y una alta dosis de ética tenemos presente que -sin victimizarnos ni volvernos héroes- tenemos por delante la exigencia de un oficio en el que a veces nos quieren usar aquellos que desean escalar puestos, alcanzar cierta presencia, exposición y hasta protagonismo mediático.

Los políticos auténticos, sin rabos de paja, ni dependientes de ciertos fondos e intereses económicos, son frontales, directos y no necesitan pedir favores a los periodistas. (O)

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