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En un rincón de su casa, llena de plantas y de olores a rica comida, las habilidades de Marisol van apareciendo mientras habla conmigo, y yo las percibo como mirando un caleidoscopio lleno de colores cambiantes. Mi amiga construye en ese lugar su historia de luchas y risas. La dueña de casa es, sin duda, un alma inquieta y multifacética que ha recorrido variados caminos en su búsqueda constante de mantener a su familia.
Tiene estudios avanzados en las ciencias sociales y en la tecnología. Conoce el inglés a la perfección. Es hermosa y dulce. Pero creo que sobretodo tiene un encanto natural en sus interacciones con la gente. Marisol ha ejercido mil tareas, siempre buscando su independencia económica, sin miedos y siempre dispuesta a hacer de todo un poco. Sin embargo, en el trayecto, ella ha descubierto que en el camino a la autonomía, el viaje está lleno de curvas inesperadas.
Entre sus experiencias, Marisol me cuenta la variedad de trabajos que ha realizado para ganarse la vida. Alguna vez fue, por ejemplo, guía turística, enfrentándose a la paradoja de que el pago por su jornada de trabajo resultaba muy bajo. Cuando reclamó a la agencia que la contrataba, le explicaron que ese pago se compensaba –tratándose de guiar a turistas ricos que buscan una guía sofisticada–, pues las propinas eran suculentas, tanto que correpondían a más del doble del pago de la agencia. “Conseguir un camello”, me dice, “está lleno de sorpresas…”. El título de este artículo se refiere pues, a los anécdotas que cuenta esta mujer sobre sus trabajos. Ella, como muchas, debe hacer malabares para llegar a fin de mes.
En alguna ocasión en que no ha tenido chamba, –me dice Marisol entre risas–, ensayó sus dotes artísticas en unas repisas miniatura para el baño. Hechas de encajes, cintas, y tohallas diminutas, conseguidas en los bazares de Santa Clara, estas pequeñas obras maestras son de las que todos aprecian pero pocos compran. Afortunadamente sus mejores amigas a las que tuvo oportunidad de regalar las repisas, las guardan como un tesoro por su significado de cariño.
Una de las pocas cosas que le ha resultado beneficioso desde el punto económico es hacer y vender pasteles strudel en la Navidad. Para ella, resulta un esfuerzo muy grande; dice que “se saca la madre” comprando harina de almendra, frutas deshidratadas, papel de cera especial en los distribuidores al por mayor; los hornea y los empaca hasta altas horas de la madrugada. Pero pronto descubrió que en las panaderías finas de la ciudad los venden de origen alemán y son más baratos…. La competencia amenaza con opacar su esfuerzo, pero yo los he comprado, los he probado y son deliciosos.
En su intento de cultivar una huerta y abastecer su hogar, Marisol enfrentó hace poco la triste realidad de que los choclos y los fréjoles del supermercado son más económicos que sus productos. Que le cuestan mucho más el buscar la semilla, el esfuerzo de la siembra, el pago a trabajadores para aporcar y deshierbar, el regar todos los días, y al fin cosechar cada grano ella misma. “La satisfacción de cocinar de la mata a la olla”, –me dice esta amiga querida–, “no tiene precio”.
Cada año, por estas fechas, emprende su habitual travesía para ir a comprar frascos más baratos. Los necesita para envasar sus mermeladas de frutas y chutneys de mango y los busca en el extremo norte de la ciudad. No le resulta difícil vender estos productos. El sabor que tiene ganarse el pan con el sudor de su frente, amén de los resultados de alta calidad que disfrutan sus parientes y amistades, en gran manera compensa el esfuerzo.
Sus emprendimientos, como hemos visto son, con frecuencia, asuntos riesgosos, mal pagados y que siempre requieren una cantidad de trabajo enorme. Le sucedió cuando tuvo la bendita idea de hacer unas faldas de tela para árboles de Navidad. El trabajo consistía en recortar en telas de diferentes colores cientos de estrellitas, Papás Noel, arbolitos miniatura, regalos, bombillos, etc., porque se trataba de un trabajo de tipo “patchwork”. En un momento dado, una vez que vio que la Navidad estaba a las puertas, tuvo que recurrir a su marido porque el trabajo era ímprobo. Resultó tan fuerte, que el 24 de diciembre él le hizo prometer que nunca más le pondría a cortar estrellitas.
Cuando ganó el concurso para ser entrenadora intercultural en un campamento de voluntarios extranjeros que estaba establecido en una zona tropical, se llenó de vigor y de espíritu aventurero. Poco a poco decayeron sus ímpetus por la incomodidad del lugar de hospedaje y la dificultad de poder abastecerse de comida sana, y decayeron aún más cuando –en sus desplazamientos entre el campo y la ciudad–, perdió sus pertenencias en la maleta que le robaron de la paila de la camioneta que servía de transporte institucional.
Tal vez una de las incongruencias más grandes que ha tenido en cuanto al trabajo es cada vez que ha tenido que hacerlo en el sector público. Siempre ha tenido que abastecer de su bolsillo los lugares donde ha efectuado sus labores, gastando en proveer desde agua, servilletas, café o galletas para los visitantes; pasando por entregar la cuota mensual para el papel higiénico, o en adornar con cortinas, cuadros, plantas y alfombras de su propiedad las pálidas oficinas para –como Marisol dice–, “se vean como sitios decentes”. Así y todo, su espíritu indomable persiste, y a pesar de invertir de su propio dinero para embellecer su entorno laboral, se pregunta por qué sigue con dificultades a fin de mes.
"¡Ganarse la vida, adornar el mundo y hacerlo mejor, resulta carísimo!", exclama Marisol con una mezcla de resignación y humor. Aunque los obstáculos son muchos, su historia destila una valentía contagiosa y un recordatorio de que, a veces, la verdadera riqueza se encuentra en la misma travesía.