Publicidad

Más allá de las acusaciones que van y vienen. Más allá de los lugares comunes de la oposición repetidos hasta la saciedad, y más allá de los también comunes lugares del oficialismo repetidos hasta la saciedad, es ahora cuando cabe hacerse unas algunas preguntas que conduzcan a la autocrítica.
De lo que se ha visto, el gobierno de Rafael Correa Delgado es el mejor que este país ha tenido, al menos en los últimos cincuenta años, por poner una línea temporal. Y tal vez por eso mismo puede resultar incluso irresponsable dejar que por errores más de forma que de fondo todo lo que se ha ganado se vaya a pique en menos de un parpadeo.
Se sabía que la lucha iba a ser ardua. Quienes medraban del caos y la corrupción no iban a permitir que las cosas cambiaran así como así y estaba visto que iban a valerse de todos los medios -lícitos e ilícitos- posibles. Entonces, ¿por qué facilitarles tanto las cosas? ¿Por qué regalarle argumentos al enemigo?
¿Por qué, por ejemplo, esa tendencia inveterada a convertir en héroes a los malcriados de turno que pululan por las calles expresando su disconformidad con gestos procaces? ¿Por qué adjetivar todo el tiempo, ofendiendo, a sabiendas de que se agarrarían de eso para crear una imagen mediática exagerada y falaz?
¿Por qué abrirse tantos frentes, por qué enemistarse con quienes podían ser aliados en la lucha contra la verdadera prepotencia, contra la auténtica sombra del autoritarismo y la verdadera grosería de un sistema inequitativo e injusto?
En un país en donde en muchos sectores la mezquindad es un modo de vida, la artería una costumbre inveterada y la ironía y el sarcasmo más burdos e hirientes se consideran una virtud, el sabor entero de una ciudad y una señal de inteligencia… ¿para qué hacerle juego a tanta perversidad? ¿Por qué caer tan redonda e ingenuamente en toda clase de provocaciones?
En este momento es importante hacer un alto y preguntarse si merece la pena contestar a todo el mundo. Si de verdad es indispensable desmentir ofendiendo, cuando se lo podría hacer con altura y dignidad. Si es realmente válido abrirse frentes en todos los costados de un poliedro de lados infinitos. Lo que el presidente Correa ha ganado para el país ya no le pertenece solo a él. Y por lo mismo, la tarea de cuidarlo pasa por salvaguardar con prudencia y mesura su permanencia y estabilidad en un cargo que haría la diferencia entre la vida y la muerte de un país resucitado que no merece regresar a la desaparición de su única esperanza. (O)