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El Telégrafo
Roberto Follari (*)

Correa con el Papa

01 de mayo de 2015

Un conocido medio local donde los lectores (en la versión electrónica) pueden calificar positiva o negativamente las noticias, muestra la evidencia: son más los ‘indignados’ que los ‘contentos’ por la reciente reunión de Francisco con el presidente Correa entre estos singulares lectores ecuatorianos, si bien ellos obviamente no representan en términos proporcionales a la población del país.

O sea que algunos obedecen y siguen al Papa, solo cuando les conviene. Esto, tanto para muchos no católicos como para quienes lo son, pues si bien la Iglesia romana constituye mayoría en Ecuador, convive con otras religiones y con aquellos que no adscriben a ninguna. Todos en libertad suelen seguir -o en su caso respetar- al Papa, si este habla en general sobre el amor, la paz, la dignidad humana, etc.

Pero cuando esto se corporeiza en gestos concretos que tienen efectos sociales y políticos, ya la cuestión se hace diferente: así, aquellos que resisten al gobierno de Correa encuentran poco aceptable que la máxima figura de la Iglesia (quien, obviamente, tiene noticia relevante sobre Ecuador en más detalle que muchos pobladores locales) haga un gesto de simpatía hacia el Gobierno ecuatoriano.

Por supuesto que podría aducirse que fue solamente una reunión diplomática, la cual no implicaría más que el establecer los acuerdos operativos para el viaje de Francisco en el próximo mes de julio. Pero todos advierten que la recepción por parte del Pontífice es un gesto más amplio: un reconocimiento hacia el Presidente que ha llevado a Ecuador a la estabilidad política interna, a la relevancia internacional (ciertamente inédita), al crecimiento macroeconómico acelerado y a la redistribución de ingresos más el acceso a derechos, sobre todo para los más desposeídos.

Al contrario que indignación, alegría debiera dar por la asunción, desde el Vaticano, de que Ecuador es ahora un país de peso en la región, al que vale la pena visitar en primer lugar en la próxima gira latinoamericana del Papa.

No es poco, cuando Latinoamérica reúne hoy a casi la mitad de los católicos del mundo. Y cuando su renovación política hacia regímenes soberanos, sanamente independientes de las potencias y redistribuidores de la renta hacia los sectores sociales populares, viene a coincidir con la renovación estructural de la Iglesia que propone Francisco, la cual ha reinstalado a la religión católica en el centro de las devociones y feligresías, a la vez que de los debates políticos y culturales contemporáneos. (O)

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