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El Telégrafo
José Javier Villamarín

Coraje para dar la mano

11 de septiembre de 2021 - 00:03

John F. Kennedy escribió un estupendo libro, Perfiles de coraje (1955) en el que destacaba el proceder de aquellos políticos que tuvieron la valentía para transigir o para mantener su rumbo en beneficio de su país sin importar si eso o aquello fuera políticamente costoso. Con motivo de esta obra, en 1990,  la familia de Kennedy creó el Premio que llevaría el mismo nombre de la obra y cuyo objeto es honrar a personas republicanas o demócratas que hubiesen actuado en esa línea de pensamiento. Uno de ellos fue el presidente Gerald Ford quien tuvo el coraje de indultar a Richard Nixon bajo la convicción de que los estadounidenses necesitaban volver a estrecharse las manos tras las heridas dejadas por el Watergate. Ford sabía  que el costo político sería alto y su cálculo fue infaliblemente profético: en 1976 perdió las elecciones frente Jimmy Carter.

Apretarse las manos no es precisamente una creación de hoy. Al contrario, puede ser -a tono con Ortega y Gasset-  “el uso de los usos” más arraigado de la civilización. Sin embargo, es entre los siglos XII y XV -en los que la violencia era una “necesidad vital”- en el que esta adquiere notabilidad. El ofrecimiento de la mano desnuda era interpretado como demostración de que no se blandían armas, que se iba en paz.

La disposición opuesta a esta práctica también tiene su antigüedad. Tal doctrina es conocida como maniqueísmo. Maniqueo o Manes (215-276), su fundador, se sustenta en el dualismo, que arranca del mismo origen de los seres y afianza la coexistencia de dos principios igualmente eternos e irreductibles enfrentados el uno contra el otro: el del bien y el del mal. Al final, Manes fue quemado en la hoguera, pero no sus ideas. Es característica de los maniqueos ver en el “otro” un enemigo a secas al que hay que someter, convencidos, en política por ejemplo, de que al salirse con la suya, pese a los claros signos en contrario, confluyen con “la voluntad del pueblo” y salvan su alma de cualquier herejía.  

En nuestro país, al día de hoy, estrecharnos la mano es una “necesidad vital”, y el legislador contemporáneo no puede ambicionar en convertirse en un nuevo Licurgo. Si en el juramento hipocrático el principio de no maleficencia se dirige a evitar todo mal y daño, asimismo, el legislador, haciendo un esfuerzo máximo, debería imponerse la obligación de esquivar los abusos “ideológicos” como el de aquellos, que predican, sin más, una oposición cerrada a toda iniciativa que venga del Ejecutivo.

Sobre ello, Kennedy, enseña que el “coraje político” también puede manifestarse a través de la aceptación de compromisos y la disposición para reemplazar el antagonismo por la cooperación mostrando que la anchura del hombre está por sobre los partidos.

Sabemos que el pensamiento monolítico envenenó nuestra historia reciente y que como la maleza  tiene el don de la ubicuidad.  Sabemos que a un candidato se le cree, pero no se le exige y que a un presidente solo se le exige y creerle es opcional. Sabemos también que Guillermo Lasso  tuvo un éxito irrefutable en materia de vacunación y que su deber inmediato es dar pasos bien medidos antes que saltos presuntuosos. Lo que no sabemos es si contamos con  asambleístas capaces de gobernarse a sí mismos y con  coraje para dar la mano.

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