Publicidad
La Coordinadora de las izquierdas eligió a su candidato presidencial. Esto es paradójicamente significativo, ya que se reduce al gran anhelo de la participación electoral. Si se analiza la máquina discursiva de estas izquierdas, es repetitivo que lo electoral es solo un medio, en medio de las luchas sociales e históricas, donde la construcción de las bases organizativas tiene un supremo interés como el sustento donde puede crecer la fuerza organizativa para cambiar la sociedad ecuatoriana, etc., etc., etc. Pero hasta ahora lo que hemos presenciado es una concentración discursiva: narrativas y acciones en pos de elegir candidatos a todas las dignidades posibles.
Entonces, la pregunta es: ¿cuál es la relevancia objetiva de hablar de las organizaciones, sus bases, la participación, el acumulado histórico?, si al final quedan reducidas a menciones de cajón, como el gran fondo de lo “popular” del cual obtener cierta legitimidad. Fueron estas izquierdas las que combatían al Estado en todas su formas y, más aún, todo tipo de constituciones.
Ahora la consigna, la base programática es la Constitución de Montecristi, que siendo la más avanzada que ha tenido el Ecuador, no se puede hacer de ella un fetiche y un afiche electoral. No se puede centrar la lucha social y las transformaciones del país en un cuerpo constitucional y su lógica jurídica; la que precisamente no es la realidad ecuatoriana, sino un acuerdo social, nada más.
Esta lógica electoral-constitucional es altamente peligrosa y, peor aún, atenta a nutrir la organización social, ya que las leyes, por su propio diseño y función, tienden a constreñir el tiempo social. La riqueza de la sociedad y su grado de organización no está en las leyes sino en el entramado, en el conflicto social.
Por eso mismo las constituciones son perfectibles y las leyes deben ser cambiadas, ya que carecen de sentido por sí mismas, sino en relación a su concordancia con la sociedad que pretenden representar. Así que estas izquierdas no tienen nada de radicales o habría que redefinir qué es eso de radical. La radicalidad no está en ser presidente o asambleísta, sino en la capacidad para impulsar la organización popular, incluso para que la llamada Revolución Ciudadana sea menos ciudadana y más popular, para que así lo ciudadano tenga más carne y sangre social.
Ya dice el candidato Acosta que “otra limitación son los egos, porque todos querían ser presidenciables (…). Luego de la convención no se ha resuelto la unidad”. Sin duda, la lucha ya no es por la capacidad de organización social y popular, sino por el Estado. No hay duda que el retorno del Estado es fundamental para el cambio social, pero al igual que la Constitución, no puede ser fetichizado. Al final casi todas las izquierdas, incluidos sectores de Alianza PAIS, luchan entre un Estado garciano o uno alfarista: una lucha entre dos modernidades, una católica y otra liberal… Aún queda lejos la experiencia de un Estado plurinacional socialista.