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El Telégrafo
Samuele Mazzolini

Contra el feminismo neoliberal

Contra el feminismo neoliberal

Contra el feminismo neoliberal
11 de marzo de 2014

El siguiente preámbulo podrá aparentar estrafalario, pero amerita perseverar: ¿Qué puede significar una montaña? Una montaña puede ser un objeto de contemplación meditativa, el sitio para una excursión deportiva, pero también puede ser considerada como un obstáculo que hay que eliminar para la construcción de una carretera de ocho carriles, o alternativamente un patrimonio natural para preservar a toda costa. No existe algo intrínseco en la montaña que nos obligue a conceptualizarla de una forma necesaria e ineludible. La manera en que se la conceptualiza es mediada por el discurso, es decir por una cadena de significantes en la cual la montaña está insertada.

En el caso de la autopista, la montaña será vista como un estorbo prescindible, porque fagocitada –en este caso, casi literalmente- por un discurso que pone énfasis en el progreso técnico, en la necesidad de expandir las vías de comunicación por razones económicas, en el deseo de comodidad del hombre moderno. Finalmente, el significado que se atribuirá mayoritariamente a la montaña es fruto de una lucha hegemónica entre diferentes discursos. En otras palabras, una lucha de poder.

Esta breve y extraña digresión nos sirve como ejemplificación para entender el estado del feminismo hoy día. En un apasionante editorial aparecido hace algunos meses, la filosofa Nancy Fraser avanza sin reticencias una tesis polémica, pero aguda: el feminismo se ha convertido en el aliado ideal del neoliberalismo. Al poner énfasis exclusivamente en la identidad femenina, el feminismo de segunda generación ha promovido un ideal de mujer emprendedora, expresado en términos netamente individualistas y liberales. La obsesión con el avance carrera, el tema meritocrático y la superación de la familia monosalarial –a expensa de asuntos de cualquiera otra índole- ha hecho que el feminismo se transformase en una palanca terriblemente eficaz para la incorporación de las mujeres en el motor de la acumulación del capital. Pero lejos de garantizar estándares de vida más altos, la causa de la emancipación femenina ha sido apropiada por el neoliberalismo y utilizada para forzar mayor flexibilidad y precariedad laboral.

El feminismo ha caído así en el dilema de la montaña. Nacido como un movimiento de emancipación humana, este enfoque olvidadizo de las otras dimensiones de la explotación (la económica, in primis) ha facilitado su conversión en un bocadito fácil para el discurso hambriento y expansivo del neoliberalismo. ¿Qué significa feminismo ahora, entonces? Desafortunadamente, el alcance hegemónico de la ideología neoliberal ha desvirtuado su potencial liberador en el sentido amplio, incorporándolo discursivamente en un contexto donde priman significantes, cuales el éxito laboral, el avance individual, la meritocracia. Es hora de reponer el feminismo en su trazado original, desligándolo de la ‘identity politics’ e insertándolo en un contexto de lucha más abarcador, donde las reivindicaciones para deshacer las odiosas jerarquías de género y el sexismo vayan pari passu a la sed por la justicia económica y un mundo más solidario.

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